La canción más reconocible de aquel EP que firmaron a cuatro manos Cristina Rosenvinge y Nacho Vegas, titulado Verano fatal y del que se cumple en estos días su décimo aniversario fue, precisamente, la partitura homónima que, en su cuarta estrofa, se cuestionaba quien podría imaginar lo que nos iba a deparar un verano fatal. El cantautor asturiano parece que ha quedado atrapado líricamente por su pasado, toda vez que es la comidilla del periodismo transgénico su supuesto affaire con la vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular, Andrea Levy. El IVA Cultural ha quedado exento, al parecer, a la hora de liquidar la discreción de ambos personajes públicos y lo que las trincheras ideológicas parecían distanciar, el misterio de las relaciones públicas ha estrechado, con el consiguiente punto de ebullición en redes sociales y garitos con ganas de humo.
Porque cualquiera que siga con cierto interés la trayectoria artística y pública de Vegas desde sus inicios en solitario, una vez finiquitada la experiencia con Manta Ray, conoce su huida de un hedonismo musical rayano en el placer de lo lúgubre hasta desembocar, si no encallar sin viento de cola, en mesías del compromiso político y social, dando las primeras y nítidas pistas con Cómo hacer crac (2011) y teniendo continuidad sin ambages a partir de sus Actores poco memorables (2014). Dar la cara, poner la nota, musicalizar la lucha de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), ha transmutado al músico gijonés en colectivo, una suerte de Horacio que salta la rayuela para viajar hasta Oliveira.
¿Se puede alcanzar la intimidad del afecto romántico con alguien que hace de su sensibilidad ideológica profesión y way of life político desde el otro lado de una posición que, en ambos casos, tiende más barreras que lazos? Basándose en su opinión sobre qué es ser de derechas, a partir de la polémica que se levantó a raiz de unas declaraciones, en 2011, de Russian Red, no sería procedente ni mantener posición paralela en la barra de un bar. Así que, de confirmarse el idilio político-musical, Nacho se sentirá pitoniso de la rima recordando que las gaviotas chillan que ya está cerca el final de un verano fatal. El asunto será discernir si, continuando la letra de la canción, a un otoño desastroso siempre le precederá ese tortuoso tiempo del estío, dando por cierto que así se esté despidiendo septiembre para el cantautor desde que ha saltado a una multitudinaria audiencia una historia personal que ya tuvo su antesala anecdótica hace justamente un año, cuando Vegas se interpuso en una conversación tuitera a cuenta de otro rumor sentimental de Andrea Levy dentro del circuito indie nacional, en ese caso con un músico del grupo La habitación roja.
¿Qué la música una lo que la política se empeña en distanciar? La respuesta no parece que se encuentre ni para generar una reflexión breve: Andrea Levy y Nacho Vegas son adultos para gestionar sus filias como mejor convengan. ¿Exponer de manera tan nítida el blanco y negro de tus posiciones ideológicas te imposibilita para amar lo que afirmas enfrentar? Si se tiene en cuenta el tono con el que dialoga con el otro Vicesecretario junior del Partido Popular, Pablo Casado, en Twitter, hacer diálogo-ficción entre la pareja complica el asunto.
Muy en desacuerdo con @pablocasado_. Debemos fomentar la mortalidad y por eso defendemos la muerte y los pinchos morunos con fetos nonatos. https://t.co/JeRka6EQfx
— Nacho Vegas (@NachoVegasTwit) September 5, 2017
Precisamente el activismo rampante del cantautor asturiano en la red del pajarito se ha tomado un respiro desde que el papel couché de baratillo ha desahuciado su privacidad. El verano fatal, por lo tanto, parece que se despedirá con más incógnitas que certezas pero, ¿Qué más da si puede contarse con Soraya Sáenz de Santamaría para que amenice con sus mezclas esta turba de sentimientos del amor en los tiempos de crisis?
Preceder, no «predecer». Por lo demás, bien. Salud.