En una década escasa, desde la invasión cruentísima de Irak por parte de unos cuantos Estados lunáticamente ansiosos, hasta la inminente absorción de la desvencijada Libia S.L.U. desde las succionadoras fauces de las hambrientas corporaciones occidentales, podría parecer que poco ha cambiado en el estilo difusor de las amenazas, resoluciones, acciones y, finalmente, transiciones guiadas por el aliado filantrópico. En ese plazo que, para nuestro ritmo desordenado puede significar, al echar la vista atrás, un chasquido agobiante en los pasos gastados, para el sector tecnológico, por ejemplo, comprende un universo evolutivo. En cambio, la diplomacia folclórica especializada en dar pábulo al ansía mercantilista se esmera en arrastrarse, sigilosa, avanzando en sus objetivos con la prestancia de exquisitez en formas y argumentos en apariencia inalterables; la legalidad internacional merece distinción, observación, análisis y, en último término, acción inevitable. Gracias por las garantías, por la transparencia. Por la falacia con lacitos y papel de celofán.
George W. Bush, que paradójicamente ha enterrado su cabezota imitando a su otrora obsesión Sadam Husein para evitar, en algún descuido demócrata, su puesta a disposición en ese Tribunal Penal Internacional que su nación se niega a aceptar para poder rematar los expolios salvapatrias a golpe de horca autóctona, se sirvió de eficientes contratas bélicas para ejecutar los mandatos internacionales impuestos a golpe de acoso y amenaza. Lo que ocurre es que una empresa de gestión de matanzas que se nutre de gorilas lustrosos salidos de una peli de Steven Seagal no casan bien con la imagen de una intervención pacificadora y de liberación. De este modo, la omnipotente Blackwater reconvirtió sus símbolos e imagen para seguir gestionando bolos sangunarios por esas tierras con algo de subsuelo sabrosón.
El sonriente Obama no ha caído en la trampa. Consciente de que la factura de su victoria no admite más moratorias, aceptó desviar su cegadora sonrisa hacia escenarios tragicómicos y, de la mano de sus siempre fieles y avariciosillos amigos europeos, que en todo quieren picotear antes de que procedan a retirar las bandejas, instó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a emitir una resolución, la 1970, con el objeto improrrogable de exigir al gobierno libio un cambio de orientación inmediato en su actitud para con el pueblo, como es obvio proceder en el adalid de la democracia universal y sus acólitos aprendices. Ya estando reunidos, podrían haber aprovechado la tesitura para unos cuantos copia y pega modificando únicamente el nombre de las naciones advertidas, añadiendo un Yemen por aquí, un Guinea Ecuatorial por allá… pero debe ser que llegó la hora del bocata y después los europeos, esos transoceánicos de moral disipada, contagiaron al resto de presentes con esas malas costumbres del aperitivo, la siesta, la partidita de cartas, y claro, se hizo la hora de volver a casa porque cerraban la sala de reuniones mundial.
A todas estas, el ejecutivo libio no se dio muy por aludido, confiado en sortear una vez más las acostumbradas amenazas a su trayectoria, arropado también por la sacrificada inversión del último lustro de cara a lavar su imagen exterior, con la apertura de sus reservas de crudo, gas natural y agua potable a empresas de exportación extranjeras, así como sonoras y cuantiosas indemnizaciones a las víctimas de sus bravuconadas terroristas pasadas. Pero no, superada la somnolencia de la primera jornada, y tras el plazo de observancia debida, optaron por insistir en su advertencia, aprobando por diez votos a favor y cinco abstenciones (China y Rusia, con derecho de veto, así como Alemania, Brasil e India) la Resolución 1973, en la que, mediante una amalgama agotadora de gerundios enérgicos, concluían que debían garantizar la seguridad de los ciudadanos del país norteafricano mediante la aplicación de una zona de exclusión aérea, la protección de civiles y zonas ocupadas excluyendo el uso de fuerza de intervención extranjera (?), así como proceder a intervenir unos pocos fondos de entidades marcadas con la cruz de financiadores del régimen a desestabilizar. Nada se habla, pues, de acción directa, de influir en el cambio de orientación política o administrativa del Estado libio, etc., pero un fantasma ha de recorrer los cielos beduinos, invisible en su invasión, invisible desde su higiene aérea.
La inmediata operación, liderada a regañadientes por USA en cuanto a su posición diplomática, diseñó un timing ejecutor basado en las buenas enseñanzas, en cómo sortear la piedra que vuelve a buscar nuestro tropiezo, irremediablemente, en la jaqueca de la Historia. Una resolución del Consejo de Seguridad sirve como factor 50 de protección frente a la antipática opinión pública que se empeña en exigir garantías y esas zarandajas que no entran a la despensa de las residencias oficiales, y si la redacción que se consensua hila fino, la ejecución de la misma puede llevarse a cabo sin ataudes con bandera patria, sin reservistas pululando por las calles con sus historias miserables que reavivan la llama del pensamiento. ¿Buscar, entonces, en la agenda, alguna agencia de confianza, que tenga como objeto social el alquiler por horas de mercenarios, con sus granadas, sus armas automáticas, y utensilios de buen matar? Na. Afganistán y su cobarde amparo internacional han enseñado mucho y bien. Tenemos en casa la solución. Buena, bonita y pagada. Que limpia, fija y da el esplendor deseado al informativo del mediodía.
Efectivamente, la Organización del Tratado del Atlántico Norte está ahí, como un papel chorreante y pegajoso. En vigor y sin enemigo. Protectores difusos a este lado del océano que oteamos a través de nuestra ventana del oeste pero que se empeña en abrir nuevos respiraderos en otros mares, con antiguos enemigos. Sin una mención ni de soslayo a su posible papel ejecutor en el mandato de la ONU, como una velada subcontrata del trabajo inevitable. Los ladinos gestores del expolio evolucionan su otrora vacilante sigilo, colocando en los reactores que habían de proteger los cielos y los cuerpos una bandera colectiva, inofensiva en este mundo que se empeña en mostrar razonamiento unívoco.
Despezadado hace una veintena de años el equilibrio amenazante, el incómodo estorbo para alcanzar los tesoros chorreantes de tierras misteriosas, la estrella de cuatro puntas ya puede guiar los navíos para mercantilizar a bajo coste el negro Dorado. Subcontrata de personal propio, Rosa de Los Vientos que expande sus afiladas extremidades allí donde su presencia sea reclamada. Desde la legalidad internacional, la colonización moderna no necesita desembarcar para tomar posesión de las riquezas ajenas. Ni siquiera llevar baratijas para confundir a los beduinos tontainas. Basta unas bombas amedrentadoras, una hermética comunicación externa y vuelta a la reunión para liquidar el asunto. Pero esta vez con hábil celeridad, sin café, copa y puro.
SOS – Libia. Plan de la SSotan (divulgadlo). Primero, silenciar a cualquier precio la prensa libre que se halle en Trípoli. Segundo, montar una gran producción cinematográfica en la cual los Rebeldes tomarán Trípoli y controlarán toda Libia. Tercero, a través de la televisión, la prensa y los políticos, lograr que los ciudadanos de Europa y Norteamérica (al menos) se ¡traguen la película!. Cuarto, convencerlos (será muy fácil) de que la SSotan deberá entonces desembarcar en Libia para evitar que los vencedores (los Rebeldes) tomen represalias con los vencidos (Gaddafistas). Quinto, con la prensa libre ahogada en el silencio, los SSotanitos durante esta nueva misión humanitaria conquistarán, de camino y realmente, la ciudad de Trípoli y el resto de la Libia socialista. Y al final nadie se habría enterado de la verdad y los SSotanitos podrán distribuirse sin mayores difucultades el tan codiciado petróleo… En:
http://aims.selfip.org/spanish_revolution.htm
Un post muy interesante!
VIVO o MUERTO,como en las peliculas del oeste,barra libre para pisotear la justicia, para silenciar al contrario,Como Sadam,Bin Laden etc.¿No queda ninguna autoridad que defienda la Legalidad?