Sodomía política

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A pesar de estar en posición de cúbito radial, sin manejo de las extremidades ni del torso, paciente por aletargado, resulta imposible evitar el desgarro. Nadie nos ha preparado la lubricación social necesaria para continuar soportando lo que entra y sale, seco y rabioso, de ese orificio que pretendía no ser oscuro. Hoy es Ignacio González y cia, pero en realidad ya es la consecución sangrante y marrón, heces en rojo, que ha acabado infectando a toda una generación de ciudadanos que pretendían serlo. Escuchado, a nuestro oído en solfa, el rumor atosigante que emana de jueces que no deberían estar, fiscales que no deberían mirar y funcionarios que menos deberían laissez faire, laissez passer, darnos por culo es lo menos que se podía esperar de aquellos que defienden su inocencia ante un micrófono, mientras reclaman su inmerecida impunidad micrófono tras ganzua. Todo eso pasa, y duele, porque así fue siempre, y los votos confirman que así será más adelante. ¡Muera la honradez, viva la sodomía política!
Había una vez una apariencia que comenzaba en túnel oscuro pero prometía final feliz. Se le llamó democracia, y se tradujo al castellano, valiente imprecación al cielo de las buenas sociedades. Y millones de españoles lo creyeron, ratificaron y contemplaron, con alborozo, como fue sancionado por un solo ser, tras el que se posicionaron corbatas de toda raigambre ideológica y existencial. Transición lo apellidaron, y llegó a nuestras tierras sin llanto, eludiendo la cesárea. El retoño tenía buena cara, las pupilas apenas dilatadas; sus extremidades, tersas y vivarachas. La placenta, en cambio, cayó como un pulpo con la cabeza reventada, tentáculos por todos lados, dando aire a través de las ventosas para sortear el desconcierto y buscar la supervivencia de la especie pretérita. Hasta aquí han llegado, para quedarse.
Esas extensiones de un cuerpo, en su esencia, dilatante, necesitan el cobijo de nuestras mentes cavernosas, introducirse a golpe de desequilibrios colectivos; como estructura social, a cuarenta años vista, demostramos no ser más que víctimas políticas de una violación trasera que, no por menos humillante, preferimos ocultar en el subconciente de cada pregunta electoral, de cada reclamo participativo. A partir de la reiteración de cada acto indebido, a sacudidas violentas que se introducen nuevamente con forma de sms ministeriales, órdenes fiscales elusivas o, directamente, erectas mentiras húmedas de saliva sonriente así como, de manera alternativa, llanto reptil, se nos empuja a guardar silencio frente a una vejación que dura y dura, que no acaba de eyacular.
Estamos infectados por no haber tomado precaucaciones: Dejamos ser penetrados con resistencia silenciosa y, como recompensa, abrimos las piernas para que se depositara una enfermedad que va más allá de algún escozor puntual. Ahora, quizás tarde, nos vemos postrados, arrepentidos. No obstante, ya no sabemos decir no, ya no podemos siquiera abstenernos; abiertos de par en par, la democracia ha dejado de ser placentera para convertirse en vejación. Lo horripilante no se posa únicamente en el trauma, cementerio que huele a almas vitales, sino en la metástasis de una enfermedad abierta en canal. ¿Cuál podría ser esa última decisión que siempre albergamos como herramienta de salida, cuando esta se encuentra sellada? La resignación, el retorno a lo cuadrúpedo. La sodomía árida.
 

10 Comentarios

  1. Qué bien me ha sabido leer noticias de nuestra casa querida, creí que había cerrado. Veo que esta facebook, así que allí nos seguiremos viendo.

  2. Ya no hay suficiente vaselina en el mundo para aguantarlo.
    Me parece magistral la manera en la que has presentado el estado de esta clase política putrefacta y la cobardía de todos nosotros que nos dejamos hacer…

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