Sí volverá a ocurrir

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No hay que ser un especialista del lenguaje facial, al estilo Lie to me, para sospechar con certera evidencia que tras esas tres afirmaciones regias encadenadas que hemos presenciado ayer, a la salida del hospital USP San José, no hay otra cosa más que una imposición asumida a regañadientes para pasar página a una constatación gravísima que se quiere sepultar en cuestión de segundos. El resto, las anunciadas consecuencias reformistas en la actividad de la jefatura del Estado, son tan creíbles como las promesas electorales populares, reconvertidas en una continuada transformación de Mister Hyde político. Para asumir esta evidencia primero hay que analizar en qué se diferencian los conceptos Corona, Casa Real, Jefatura del Estado y Rey de España. En base a nuestro cuerpo legal, encontraremos separaciones en el ámbito presupuestario, político, organizativo o patrimonial. Tantas que hasta continuamos visualizando un porcentaje de la asignación a la máxima institución del Estado en los Presupuestos Generales mientras nos vendan otro tanto frente a piñatas repartidas aquí y allá, cuestión que tiene su sustento asegurado a partir de la exclusión de nuestros hereditarios Borbones de la reciente normativa relativa a la transparencia de las instituciones.
En el análisis de ese minuto escaso de arrepentimiento público por parte del Jefe del Estado se pueden comprobar dos actitudes, más allá del significado y el tono del lenguaje utilizado: Inicialmente, el rey se planta ante supuestos periodistas (¿quienes?, ¿cuantos?, ¿en representación de qué medios?) agradeciendo la preocupación e interés mostrado por su estado de salud, todo ello a un nivel sonoro de bajísima intensidad, como un infante desconcertado que repite las frases que mamá le ha conminado a expresar al oído; un brevísimo paréntesis y la modulación se transforma para apuntillar toda una degradación institucional de la Casa Real en tres infantiles mea culpa, y aquí paz y después gloria. Dicho esto, que a juicio de los asesores regios debe ser entendido como y dicho todo, Juan Carlos I enfila la línea de salida de su mayor tormento como monarca hasta la fecha recuperando esa tez rocosa, árida y de carne derrumbada, a modo de expiación de su propia debilidad impostada. De niño a hombre.
Pocos seres humanos son capaces de variar su conducta a la edad de 74 años. Menos aún cuando el grueso de su existencia ha transcurrido rodeado de una placentera almohada de confortabilidad súbdita. El Jefe del Estado no ha necesitado reafirmación ciudadana permanente cara a revalidar electoralmente la confianza en su gestión. Su papel público se ha visto reducido a leer discursos ausentes de contenido mientras el grueso de la expresión informativa interfronteriza se ha comprometido a la adscripción fiel de una imagen maquillada de la manera más estética posible, sin fisuras. Pero esa vida privada del monarca, que le lleva a preferir el asesinato por divertimento cruel de mamíferos superiores en lugar de practicar el noble arte del dominó, y en la que comparte ocio pegajoso con aristócratas complacientes o especuladores de toda calaña, no se abandona de la noche a la mañana sino que se encuestra enquistado como el alquitrán al pulmón, irreversiblemente. En definitiva, y sumando las similitudes de su expiación pública con el aprehendido mitin de Iñaki Urdangarín a la puerta de los juzgados de Palma de Mallorca, los enanos que crecen en los jardines palaciegos parece que no han reciclado sus estrategias de comunicación, o será que un considerable segmento de la población española ya ha dejado de creer que la bolita de la honradez puede aparecer bajo esos vasos nada comunicantes entre los que manejan, como una suerte de prestidigitador improvisado, los mensajes que debemos aceptar, palabra de rey.
Y todo volverá a ocurrir porque la separación de poderes se mutado en separación de personas. Los ciudadanos reciben una dieta dura de mentira por día, mientras los monopolistas de las instituciones, tanto caza, caza tanto, han instaurado, como estrategia general, ir paulatinamente desdiciendo sus previsibles embustes, con nuevos argumentos espurios. Ana Mato, la ministra de la eterna arruga, parece que intenta aprovechar esas ondulaciones faciales para evitar que detectemos sus sonoras falacias, pero no tiene la habilidad oratoria como seña de identidad. Durante el anuncio que ha realizado a cuenta de la implantación del copago sanitario en forma de abono de medicamentos a cargo de sectores socialmente debilitados, ha afirmado que esto supone un acto de valentía de cara a salvaguardar la cobertura sanitaria nacional como principio irrenunciable. Miente. Valentía hubiera supuesto enfrentarse a las grandes farmacéuticas implantando las recetas por dósis de tratamiento, la unificación de las numerosas centrales de compras para exigir presupuestación única y, finalmente, la obligatoriedad de los medicamentos genéricos en el recetario que se emane de la medicina pública. Degradar las pensiones al hacer pagar a los ciudadanos jubilados, o a los enfermos crónicos, es un acto de cobardía que se ceba con los más débiles. De igual manera que en el caso de Repsol a cuenta de la nacionalización de YPF, el ejecutivo demuestra estar al servicio del capital, no de la ciudadanía. El rey, al servicio de sus intereses empresariales y de divertimento. Todos, al verse acorralados, realizan solemnes actos de contrición teledirigidos pero, no nos engañemos: todo aquello de lo que dicen arrepentirse volverá a ocurrir, vaya que sí.
 

2 Comentarios

  1. Por supuesto que sí, volverá a ocurrir mientras la ciudadanía siga aborregada, hipnotizada y acojonada, y se conforme con acudir disciplinadamente a las urnas cuando la llamen, para participar en la comedia pseudodemocrática de un proceso electoral manipulado por los dos grandes partidos para su exclusivo beneficio y para que nada cambie. Volverá a ocurrir mientras Hola y los reality shows sean el máximo exponente que nutre las atrofiadas neuronas ciudadanas. Volverá a ocurrir mientras centenares o miles de papanatas acudan babeando a aplaudir a la familia real en sus mayestáticas apariciones públicas.
    El tsunami de esta “crisis”, en la que lucran los mismos de siempre a costa de los otros de siempre, me expulsó de mi tierra y me llevó a diez mil kilómetros de distancia de todo lo que amaba. La bendición llegó pareja, puesto que emigré a una pequeña república de Centroamérica que crece al 9%, que no tiene ni monarquía ni ejército, donde el que no trabaja es porque no quiere, donde los medicamentos se dispensan por unidades (pastilla por pastilla, vial por vial), y donde la gente mayor (tanto nacional como extranjera residente) goza de privilegios inimaginables en España. Tomen nota los países supuestamente desarrollados cuyo “desarrollo”, como se está comprobando ahora amargamente, se ha basado durante décadas en un endeudamiento exponencialmente creciente que ahora llama insistentemente a la puerta.
    ¡Un abrazo para tod@s!

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