¿Por qué lo llama dimisión cuando quiere decir rendición?

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Pocas aptitudes se le pueden colgar al rugoso cuello de la denominada lideresa, como si ese adjetivo impostado, de innovadora irrealidad, haya creado por si mismo una presencia, una actitud, una labor y una personalidad que hoy merezcan, en momentos de sorpresiva renuncia a su autoimpuesta catalogación, una sentida, colectiva, reverencia por su marcha contenida pero juguetonamente lacrimosa. Esperanza Aguirre es, en esencia, aquella burricalva Ministra de Educación de la primera legislatura presidida por José María Aznar, presa golosa y fácil de Pablo Carbonell y compañía en las dominicales guasas de Caiga quien caiga. Su llegada a tan alta responsabilidad coincidió con el despiece inexorable de la cobertura intelectual del Estado, hecha pellejo en esa sonrisa inquietante, de esquiva malignidad adornada de tontuna maquillada, capaz de expulsar veleidades de soberbia tontuna descarada como la afirmación rotunda de ser admiradora imperturbable de la compleja obra de esa poetisa portuguesa de nombre Sara Mago y que representa la sensibilidad lusitana de la misma manera que sus lacados compuestos capilares sostenían una gruesa capa de agresividad contra el ozono, contra el entorno, contra la respetabilidad misma de un país que aún no era consciente de cuan bajo puede caer el electorado cuando la irreflexión y la confianza en un sistema ya consolidado deja paso al oportunismo mafioso.
Porque esa misma bobalicona con el único encanto de hacer sonrojar a los cercanos y carcajear a los crédulos fue capaz de rodearse y presidir un grupo de codiciosos sin escrúpulos al frente de la candidatura del PP para la Comunidad de Madrid. A falta de dos tortas, buenas fueron dos hostias, y sendos escaños socialistas desencajaron el apuntalado gobierno de Rafael Simancas bajo la prestidigitación de lo corrupto, comienzo inexorable de un imperio que ha caminado sobre la ignorancia, el populismo miope, preso de privatizaciones y obras mayores y menores a pagar en especies que se quedan en el debe de los herederos. Esperanza Aguirre, en estos nueve años, ha sostenido con el poder heróico de la demagogia de aristócrata barriada una sucesión de contubernios que han alimentado su ignorancia hasta hacerla creer realmente una imparable destinada a responsabilidades más altas. No hay duda, en su cabeza ha revoloteado con demasiado aleteo ensordecedor, casi mareante, la rocosa aspiración de convertirse en el primer jefe de gobierno de sexo femenino en este Estado sin rumbo. Como perfecto ejemplo de la ignorancia absolutista propia de aquella que se rodea de varones arrodillados, creyó ser inexpugnable frente a la opinión pública contra todo aquél proyectil machista que llegara de su formación, la de los hombres como deben ser, la de las mujeres que no dicen ser nada. Salvo ella.
Se nos marcha la lideresa un lunes al mediodía, con la discreción de sus legatarios bien anudada, escenificando un penúltimo artificio que deje cuenta de que no está pero sigue en el reflejo de su Ignacio González del alma, aquel que continuará la batalla por hacer el futuro de Mariano Rajoy un poco más agrio, con más necesidad de pedir en la botica un tinte más reforzado. Se marcha porque a lo mejor está enferma, o empeora, o si mejora prefiere dedicar sus horas a la prole extensa propia de su condición aristócrata. Se larga con viento fresco para recuperar, tres décadas después y presta a adquirir la condición de jubilada, la ilusión por retomar su condición funcionarial. Se pira la reina de la soberbia el mismo día que sus detestados contrincantes sindicales paralizan la ciudad, como si ese hecho le produjera un orgasmo político perpetuo, deteniendo el tiempo de su despedida, como un César sin ser acuchillado de frente, robándoles el protagonismo de la decencia como una última algarada vengativa. Se despide con la estructura social madrileña acribillada a rencores ultraliberales, disculpándose únicamente por sus meteduras de pata, obviando al resto de miembros y órganos de sus trajines descabellados para que el mundo, el suyo, el de los suyos, sea ahora mismo un mucho más de esos pocos parientes de largo apellido. Hace mutis por el foro porque sabe, afirma con más arruga de la cuenta, cuando hay que ser responsable y dejar paso en la primera línea política, ese momento que a juicio de los tácticos de la especulación electoral debe darse con el margen suficiente para que sus delfines puedan atar los comicios siguientes con amplio plazo. La Comunidad Autónoma de Madrid y su principal Ayuntamiento están en manos de dos deslegitimados, que buscan cobrar la herencia sin pasar por el notario. Esperanza Aguirre no se va, se rinde, pero su soberbia le impide hacerlo con una bandera blanca.

4 Comentarios

  1. Esperanza Aguirre se va porque sabe que Adelson, que ya advirtió que no toleraría competencia, la va a dejar compuesta y sin novio tras haberse enterado de que lo de Barcelona World va a estar operativo cuatro años antes de que EuroVegas lo estuviese. Así es la vida, a veces se gana y aveces se pierde. Pero no lloremos por la Espe, con lo que lleva ganado gracias a la imbecilidad de sus votantes podríamos vivir unos cuant@s a perpetuidad.
    ¡Un abrazo para tod@s!

    • Y yo les reembolso los abrazos con una rentabilidad altísima. Gracias por acompañarnos y por poder disfrutar tanto de ustedes en CasaQuerida!

  2. En la primera fase, aún fresco el recuerdo de cuando salieron del anonimato, de sus cátedras, de sus oficinas, les acomete la inseguridad, casi la incredulidad en su propia valía. En el caso de Rajoy, influyen además sus dos derrotas electorales frente a Zapatero y la larga espera que conlleva. Pero aquí surge una nube de aduladores que se apresura a convencerles de sus excelencias. La mayoría espera sacar provecho, aunque esa circunstancia ellos prefieren no advertirla. Es el momento en el que les invade la soberbia.

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