Nunca abandones tus sueños ancestrales. Salta la valla

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A partir de este fin de semana, la oferta cinematográfica de la cartelera nacional se encuentra complementada por un lanzamiento que, aún enlatado en formato tradicional, consiste en un efectivo manifiesto dispuesto a noquear nuestro silencio y nuestra renuncia. Basado en la novela homónima del escritor Kazuo Ishiguro, «Never let me go» puede tener mil lecturas y apreciaciones que enlazan sus momentos estelares con joyas del cine de ciencia ficción (Blade Runner, 1984, Un mundo feliz). Está en la base de la misma esencia del género, el ser humano como desplazado de su propio hábitat por la tecnología, por el desarrollo científico, o convertido en enlace de una cadena que desprecia el individualismo. Hay en muchas de estas creaciones un ataque frontal al modelo soviético emanado de la crueldad estalinista, enmascarado en un desprecio hacia cualquier modelo socialista de relación social. En definitiva, implantar en forma de entretenimiento el chip del «anti algo» en el desarmado espectador. Ante semejante utilización de un vehículo amable para desarticular consciencias críticas también aparecieron valientes manifiestos encubiertos contra esta cacería, destacando la muy versionada «La invasión de los ladrones de cuerpos«, de Don Siegel, a mediados de los años cincuenta, denunciando con muchos filtros protectores la paranoia anticomunista del Mcarthismo.

TV y sopor. Pasividad e inocencia hueca. ¿Qué nos diferencia?

«Nunca me abandones» destaca por conjugar todos los mensajes que no queremos leer en hora y media de desgarradora quietud. Evita al héroe redentor que despierta la consciencia electrocutada y nos redime a la salida de la sala de proyección, el que nos libera de hacer algo; con un paisaje de fondo que transmite delicado sosiego para nuestros ojos envenena nuestra trabajada cobardía y nos hace mucho daño. Al día siguiente, la herida sigue sin suturar, provocando un dolor redentor.
Los mensajes que se vierten a lo largo del filme son un recordatorio completo de nuestra responsabilidad actual en el devenir próximo de la Historia: jóvenes conscientes de su función como herramientas de un sistema cruel que aceptan ese patrón sin resignación, con pasividad hueca; colaboracionistas no detestados por sus semejantes, más al contrario hasta envidiados por conseguir retrasar una conclusión inevitable; el establecimiento del miedo exterior como motor de la obediencia ciega y sorda y la entrega de una enseñanza existencial colmada de miserables prebendas a cambio de ignominiosos intereses que vamos, poco a poco, hasta la desaparición, entregando como un pago justo. Las lágrimas que podamos verter durante la visualización de esta epopeya contemporánea disfrazada de ciencia ficción inversa no liberan, porque carecen de la tradicional redención de sentimientos empáticos; en realidad, son producto del espejo que nos rodea en cada fotograma ya que cualquier acción de los protagonistas es nuestra tesis en esta existencia fuera del cine que llevamos. Sin solidaridad, entregada a los mensajes globales que nos implantan a diario, seca de compromiso y rebeldía. A pesar de las acciones aisladas que unos pocos lúcidos realicen fuera de toma, tan aisladas como el grito en la noche de Tommy como respuesta a la ausencia de esperanza y futuro, el resto camina en el vergel  pintarrajeado a nuestro paso que nos han dibujado para hacer soportable el saqueo del que somos víctimas.
De la mano.... ¿nos rebelamos o soportamos mejor lo inevitable?

Dentro del cúmulo de mensajes de advertencia que nos acribillan a lo largo de «Never let me go«, uno destaca por su nítida lucidez universal: los que nos preparan para, en su momento, desvalijarnos poco a poco, al menos se preocupaban hasta ayer en corresponder nuestra ingrato destino con cierta entrega a cuenta: una educación superior a la necesaria como herramienta productiva, cierta comodidad burguesa que liberara nuestra aceptación de lo inevitable; en definitiva, que las barras de la prisión estuvieran tan alejadas que no pudiéramos siquiera intuirlas, aún a sabiendas de que estaban ahí, en el horizonte tenue. Por desgracia, la velocidad y codicia van eliminando gastos supérfluos, despreciando la inversión en ropajes dignificatorios. Nacemos y fallecemos desnudos como colectivo esclavo, como ingénuos protagonistas de una realidad que no nos pertenece, alimentando la supervivencia de los faraones y creando sus pirámides.
Esta no es la historia reconfortante de los rebeldes que, una vez conocida la mentira, luchan a favor del honor y la verdad, del mundo que está detrás de las altas murallas. En primer lugar, porque más allá de la liberación no hay nada, vivimos dentro y fuera de ella, lo forma y completa. Para finalizar, porque el único mensaje que debe aterrarnos y, a su vez, puede despertarnos, es el real: el de las víctimas que conocen el crimen y el autor sin tapujos, a las que nada se les esconde, y aún así continúan inevitablemente al matadero. Esas víctimas somos nosotros, y por eso las lágrimas que provoca esta película duelen tantísimo.
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