Y, de este modo, la supuesta heroicidad de contiendas patrióticas pasadas no deja ver los ecos de la guerras actuales, las de las aceras repletas en la jornada universal de la clase trabajadora, que cada día tiene menos conciencia de serlo, que a pesar de volver a ser arrinconada lejos de la ficción de nuevos consumidores se desprecia como leprosos en inquietante contacto.
Las manifestaciones se disgregan en nuevas y particulares banderas, en «quítate tú, para ponerme yo», unas legales, otras alegales; algunas despistadas, demasiadas con ánimo de puntualidad en la demanda. Si de algo valen las onomásticas colectivas es en base a esa posibilidad de concentrar en el punto de encuentro ideológico incuestionable todas las sensibilidades en lucha. El primer elemento de distanciamiento emerge, paradójicamente, de la mayor fisura del neoliberalismo, al haber arrastrado a la desesperanza continuada a más de seis millones de ciudadanos dentro de nuestras fronteras; muchos de ellos se sienten huérfanos de conciencia trabajadora, al haber sido derrotados de manera persistente por la desesperanza, como desterrados de todo, hasta de sus congéneres, de sus banderas. Y allí donde éstas se enarbolan, avenidas y calles parecen dilatarse como repulsa simultánea de los escudos y colores que vienen a reclamar, en esencia, el asunto de los asuntos, el «no» rotundo al abismo que pretenden embarcarnos.
Entra aquí en macabro juego el sedante que por más de tres décadas hemos inoculado con la apariencia de un reconstituyente. El malhallado «Estado del bienestar» ha venido a ser una lúgubre ratonera con apariencia de trinchera protectora y solidaria, en la que en lugar de esperar la llegada del enemigo, daba la sensación de estar diseñado para pasar la tarde en un juego permanente, irreconocible en sus reglas pero sin posibilidad de derrota. En lontananza, arco iris por doquier.
Frente a todo esto, se encuentra la más gruesa de las conclusiones ante la ausencia de encuentros y respuestas comunes: seguimos, mayoritariamente, sosteniendo una asustadiza esperanza en que el mal, tal y como vino, se irá. No que los gestores de la cosa pública se enfunden la máscara y bajen a las cloacas para desatascar el sumidero colapsado, ni mucho menos; lo que palpa un notable porcentaje de la ciudadanía es el mismo tamaño de desidia que muestra ante las convocatorias electorales y el valor de su decisión, esa sensación de que uno no cuenta y que el resto se puede ocupar sin mí, pero que cuente conmigo a las buenas. Si aderezamos todas estas cuestiones con el descrédito que nos han impregnado desde los distintos medios de incomunicación hacia las centrales sindicales, así como la sospecha de irreconocibles radicalismos cuando un sondeo de intención de voto proyecta potenciales crecimientos de fuerzas políticas que no participan (al menos, por ahora), del motin frente a nuestra esperanza, la disgregación colectiva y los adoquines relucientes encuentran respuesta.
Hoy es día de gloria, hoy nos permiten salir rojigualdos a tomar la calle. España se zafó de cuajo de la opresión napoleónica, se volvió rebelde de un día para otro. Eso, al menos, cuenta la leyenda. Pero no tomemos recortes equivocados. Ser rebeldes en lo patriótico hoy se debe reducir a lo balompédico y a mostrar veneración porque el status quo actual es un bien que nos legaron esos madrileños navaja en mano. Cualquier inspiración para actualizar la rebeldía y poner en marcha el hartazgo frente a nuevas opresiones es cosa de díscolos a los que no les queda ni el día anterior, que ya se verá si deja de ser festivo para que sea eso, un día más de trabajo.
Los sindicatos, cómplices necesarios del poder y del capital, cuyos líderes viven de maravilla con cargo al presupuesto del estado, insisten en la comedia de reclamar «trabajo para todos» en lugar de reclamar VIDA DIGNA PARA TODOS, basada en un reparto justo, ético y solidario de la riqueza, hoy acaparada en unas pocas manos, que son las mismas que mueven los hilos de esos títeres politicos que legislan en contra del pueblo. Como ha repetido el economista Niño Becerra hasta la saciedad, con la tecnología y la externalización, el «trabajo para todos» se ha convertido en una entelequia irrealizable. Ese no puede ser el objetivo de ninguna reclamación sindical. Pedir trabajo es perpetuar la relación de poder entre capital y fuerza laboral, equivale al preso que pidiera más cadenas. Si hay dinero para bancos y corruptelas, lo tiene que haber para la gente. Ese y no otro debería ser el argumento a defender, no únicamente el 1 de Mayo, sino cada día, día tras día.
¡Un abrazo para tod@s!
Su crecimiento como fuerza masiva es testimonio de la intensidad de la crisis que enfurece a millones y les lleva a la desesperación y de las traiciones y los fracasos de los dirigentes de la clase trabajadora. Sólo puede ser derrotado desatando el movimiento revolucionario de la clase obrera y sus aliados, haciendo un llamamiento por un frente obrero unido de todas las organizaciones de trabajadores contra el fascismo y una milicia antifascista de la clase trabajadora para repeler sus ataques contra el movimiento obrero y las minorías. Como dijo León Trotsky, si el socialismo es la expresión de la esperanza revolucionaria, el fascismo es la expresión de la desesperación contrarrevolucionaria. Para repelerlo, la desesperación de las masas debe convertirse en una ofensiva contra el capitalismo a lomos de la crisis, el sistema que repetidamente da a luz al fascismo. • Por un frente unido de los trabajadores contra los fascistas. • Ninguna apoyo al estado capitalista y su aparato represivo. • Por la autodefensa organizada de los trabajadores, las minorías nacionales y los jóvenes. Una milicia antifascista puede romper las reuniones, manifestaciones y mítines fascistas y evitar conceder una plataforma a los demagogos racistas y fascistas.
• La identidad humana es la de mujeres y hombres , la de sus pueblos, la de colectivos nacidos de valores (no de cambio) la de formaciones sociales liberadoras de un mundo nuevo que aún no es, por la recuperación de la identidad perdida y que tiene firmes sus raices en este mundo que es y en donde los que no tienen nada que perder ( los proletarios, los “sin patria”, los sin familia…los perdedores de siempre), tienen la conciencia de no tener nada más que sus ser. La identidad es realidad que se manifiesta en tiempo y espacio en proceso de liberacion frente a la caricatura alienante de la ideología. Por ahí se empieza.