Ha sido destaparse la caja de los eternos truenos, en esta ocasión en el epicentro de la madrileña calle Génova, y el fenómeno turbulento no ha tardado ni una semana en descargar su furia atronadora sobre todo aquello que pasa pero no se dice. En realidad, es más bien todo lo que siempre fue pero en puntuales momentos de zozobra bipartidista deja de resulta pacífico. Asistimos, de este modo, a una suerte de guerras floridas, donde ambas tribús salen en comandita a la búsqueda de presas de ritual; son tradiciones que no derraman más sangre que la política, de manera puntual, pero que exige cada vez piezas más orondas. El desenlace, no obstante, cumple la semejanza mágica de destruir para regenerar. A nosotros, mientras tanto, se nos reduce la paciencia como jíbaros amantes de Onán, practicándonos la liturgia a nosotros mismos, con dolor.
Mientras el Partido Popular sigue al pie de la letra las instrucciones que había redactado a partir del incidente Naseiro, seguro de que el accidente toca las mismas piezas y debe corregirse en base a equivalente procedimiento, las chispas que ayer irradiaron desde las antenas de Cristóbal Montoro parecieron decir «hasta que aquí hemos llegado». En efecto, para una estirpe de profesionales de la política, que únicamente saben actuar en sus círculos más blindados, que despliegan su máxima energía en crear o sostener puestos a la imagen y semejanza de parejas y retoños, de la parentela más querida, cómo va a resultar soportable tener que enfrentarse al juicio del populacho, a la algarada que les impide escucharse; dónde se ha visto que con el esfuerzo que han realizado para captar 1.200 millones de euros de dinero putrefacto tengan que ser vilipendiados por exigencias mayores, primas hermanas de ética, moral pública, rigor legal y administrativo, y tantas zarandajas que sólo ellos dominan.
A partir del viernes pasado, y con los tambores y las trompetas llamando a la cacería a lo largo del fin de semana (los debates y asonadas en prime time aceleraron el retumbar bélico), las lanzas venían afilándose. Lo práctico de estos aztecas y motecas que pelean bajo la cobardía de la filtración, el rumor, los correveidiles a sueldo, es que conocen la ubicación del adversario antes de salir a la faena. No necesitan olisquear en las cuevas, andar con sigilo en busca del despiste. Se las saben todas. Sólo es cuestión de decidir qué miembros del clan rival son susceptibles de caer presos de sus redes, cuales resultan más prácticos para que algarabía de los propios resuene con mayor espacio en los periódicos de mañana.
Irene Amy Alameda Martín se ha convertido en la indirecta Mata Hari del contraataque popular, dejando en la cuneta a sí misma, a su marido, el director de la Fundación Ideas, Carlos Mulas, o a ambos. Que si el pseudónimo era de la (y esa es otra), pareja, esposa o exposa de Mulas o, por el contrario, era un alter ego común bajo el que se desarrollaba, indistintamente, la creatividad articulista de ambos. Que si él no sabía que Irene estaba tras Amy pero la marca estaba registrada por los dos… Lo relevante es que estas batallas también se dirimen con un procedimiento muy similar a hundir la flota. Cuando pinchas en hueso, ya no sueltas la presa. Quiere decir esto que si un bando resulta desguarnecido, en lugar de limpiar sus trincheras, renovar a sus generales y motivar a la soldadesca, se lanza con carnívora violencia a arrasar al adversario. Ocurre también en sentido inverso: si en el primer movimiento se consigue del rival un arrepentimiento, una disculpa o la promesa de auditorías (ejem) internas, externas, sobrenaturales e infraterrenales, la revancha no puede resolverse por menos de una dimisión de peso.
A lo largo de las próximas fechas PP y PSOE pretenden que la sangre vertida descienda por San Jerónimo, para que todos podamos olisquearla, tal vez hasta amamantarnos con su nutriente, y las fieras que braman frente a los leones se sacien y dispersen. Así ha sido siempre, así debe continuar. Lo que ocurre es que parece que no han aprendido de las anteriores desavenencias y la expansión de esa miseria colectiva frente a su opulencia corrupta ha llevado a una ruptura insoslayable, de las de juzgado. Ya nos da igual que Montoro nos tilde ruines por pretender saber donde ha dormido anoche, que Cospedal nos asegure que la escapadita a Suiza no fue suya, sino de alguien que se le parece. No eres tú, María dolores, somos todos.
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Un abrazo, amigo.
Abrazos grandes, seguimos.
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