El fútbol, en ocasiones, puede ser un arte, una suerte de expresión estética en el comportamiento humano que imprime de emociones de alto voltaje a millones de esos bípedos a lo largo y ancho del globo terráqueo. Ajustando la mira telescópica, muchos de ellos transforman ese placer, de manera cotidiana, en obsesión de la que depende en un porcentaje elevadamente dañino su rumbo vital, ya ni siquiera con latido dominguero al tener partidos casi a diario. Lo que parece ser incapaz de abstraerse de los colectivos como conjuntos seguidistas del folclore bien engalanado es el factor amnésico que sudora bajo símbolos que vienen bien al negocio; cada cuatro años, un Campeonato de Fútbol a nivel mundial viene de perlas, más aún en los tiempos del inmovilismo dinámico que transitamos, para que el objetivo recorra miles de kilómetros y deje la pradera catódica, las columnas periodísticas, ajenas al factor propio de los hechos que van modificando el paisaje. De este modo, no hay mejor toque de atención que un silbato al aire y un balón rodando en algo semejante a un decorado de ficción, un plató en el que todas las tomas se envían, instantáneamente, a positivar, para que se detenga el mundo y la gran pantalla se despliegue a toda velocidad. Hasta que esa pelota de reglamento se obstina, en cinco ocasiones, en atragantarte el psiscolabis y la distracción a deshoras reales.
El estreno de la selección española en el Mundial de Brasil recién inaugurado ha supuesto, en noventa sencillos minutos, el agrio antídoto para esos millones de ciudadanos que han sido animados, más aún a golpe de títulos y su eficaz postventa como éxito colectivo, del terreno a la grada y más allá, a comprometer cierta liberación de sus ahogamientos diarios en esta apuesta no asamblearia. De una tacada, plazas y avenidas del Estado español quedaron silenciadas por la imprevisibilidad del azar deportivo, y es doblemente traumático para la expectación sin ganas de sorpresa (paradojas del fútbol moderno), con una generación que ha entendido el triunfo como una rutina, y ha entregado sus expectativas de hacer de la vida un espacio alegre a oráculos con lenguas muertas, inamovibles.
Podemos consolarnos con que el mal del fanatismo loco no es, ni mucho menos, exclusivo de esa pasión latina que se exporta como adjetivo pero se sustantiva como un cefalópodo que derrama sus tentáculos en todo tiempo, a todo modo, por el conjunto de la sociedad. Las versiones ulteriores del circo siempre han supuesto condimento de conservación estructural por parte de la realidad política, levantar o dejar caer el pulgar ya es algo que dejan al público, y en su asentimiento, casi en comandita, filtrándose en ella con interés electoral y de respaldo necesario, hacen masa, moldean su diplomacia.
Para el futbolero gobierno de Rajoy, tan acostumbrado a asumir como triunfos de una política inmaterial las victorias del deporte nacional, el noqueo sufrido ante Holanda en la primera jornada mundialista provoca una úlcera en la distensión de realismo socio institucional que pretende en estas fechas, cuando seguramente vivía en la ensoñación de estrenar tribuna triunfal con el acelerado emperador Felipe VI, entronado a tiempo para que pudiera realizar sus tribulaciones representativas a toda pastilla. Quizás esa goleada, por tanto, despeje toda esa borrasca de somníferos atronadores que nos dejan con los ojos dando vuelta, y antes de lo previsto se abran los cielos, nos abrace el tibio verano, y se derrumbe la última muralla de climatología política para mirar hacia adentro, que tanta falta le hace a esta nación de necios.
Es escandaloso que la selección nacional de un país con 5 millones de parados y una deuda pública equivalente al PIB (es decir que todo lo que producimos es para pagar esa deuda, sin hablar de sus intereses), sea el qua mayores primas tiene prometidas a sus jugadores en la Copa Mundial de Fútbol que se celebra, además, en otro país donde las desigualdades sociales son extremas y una gran parte de la población vive en la miseria. Bienvenido sea pues el baño de humildad que la selección holandesa le ha administrado a la española.
La humildad no parece que sea el sentimiento que irán recibiendo a partir de este punto donde cualquier derrota se considera crisis nacional. Pero es un comienzo.
Gracias por visitarnos David!
Creo haber leído que en caso de ganar, donarían parte de primas, gratificaciones, etc…tras el revuelo organizado cuando se hicieron públicas las cantidades.
Afortunadamente, el número de ciudadanos que mira hacia adentro, aumenta.
Un abrazo.
Lo de la donación de un premio que sale de la caja recaudadora, bastante eficaz por cierto, de la Federación es lo de menos, poco se va a resolver por esa detracción de sus fortunas. Pero imaginarlos negociando como si les fuera la vida en ello antes de participar en una competición que, de niños, sería el sueño deportivo en la pureza de las aspiraciones, lo vicia con rabia.
Abrazos domingueros, visitas que siempre alegran la jornada dominical.
… con rabia y desesperación.
Y no podemos ni tan siquiera decir: pan y circo porque del primero, desgraciadamente, hay miles de personas sin él.
Un abrazo.
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