Dice la ciencia que el momento de nuestro alumbramiento es eliminado de nuestra memoria como necesidad de supervivencia. Vendría a ser un elemento evolutivo destinado a no rememorar el suceso más traumático al que se enfrenta, de manera física, nuestro organismo, si bien somos mamíferos de segundo nivel, incapaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir tras el parto, a diferencia de otras muchas especies de nuestra parentela animal, que es ser expulsados del vientre materno y comenzar la andadura, tal cual.
Esta afirmación, no obstante, puede resultar cierta en cuanto a la eliminación biológica de archivos traumáticos, pero no es ni mucho menos el único borrado de memoria que realizmos en los primeros tiempos, ni por supuesto está demostrado que sea el más perturbador en caso de quedarse rondando por el parque neuronal. Durante al menos, año arriba, mes abajo, la primera década de nuestra existencia (siempre hablando en términos de infante occidental de clase media ingresadora de patrón oro como ejemplo mínimo) estamos condenados a ser estafados, y aquí comienza el interrogante, por aquellos que tienen la responsabilidad de hacernos seres humanos rectos y ejemplares, dotándonos de las herramientas de supervivencia más eficaces para nosotros, y menos afiladas de cara a nuestro entorno.
Trasladar un germen de supuesta bonhomía en la estafa de la fiesta de Reyes Magos no casa con ningún planteamiento de psicología infantil que sea capaz de pasar los filtros del sentido común pedagógico. ¿A santo de qué buena praxis educativa obedece la inclemencia mental que entierra en cerebros aún a medio hacer la perversa promesa de que serán surtidos de todo capricho manufacturado solicitado si «se portan bien»? Y que los surtidores no son sus progenitores, a través del esfuerzo que supone entregar su fuerza de trabajo a cambio de unas siempre injustas unidades de papel moneda intercambiable por bienes y servicios, sino que prefieren dar un paso al costado y ceder todo el protagonismo a la entelequia de tres orondos monarcas (ni siquiera se destaca la parte más interesante de la fábula, esto es, su faceta de científicos y hombres cultos) que reparten, fíjate tú como es de desigual el desequilibrio planetario, cachivaches de las grandes corporaciones en hogares donde menos falta, donde los armarios y las estanterías más pobladas están plagadas de replicas, primas hermanas de esos mismos juguetes condenados a ser pasta a medio reciclar por cada año que se van convirtiendo de maravillas en cursiladas.
El festejo producto de la epifanía cristiana cayó hace décadas en las garras despiadadas del capitalismo y brotó como un punto de inflexión consumista que regulaba los picos de fabricación y adquisición de bienes con carácter de urgencia. Da igual si el receptor es el engañado, dócil en la trampa que esconde su carta sin remitente, o aquellos adultos que refuerzan la farsa completando los bajos del árbol artificial con presentes adquiridos a toda prisa, pagados a un porcentaje muy superior de su precio ya de por sí adulterado. Y el engranaje, no contento con empezar el año expulsando excedente a coste demencial, ha conseguido insertar dos tradiciones vacuas en una y, en lugar de elegir, sobornar con la obligatoriedad de doble felicidad desde que el niño Jesús nace hasta que los Reyes llegan a ver como se las arregla en período primigéneo de lactancia.
Pero no nos dispersemos: La cuestión estriba en comprender cómo socialmente hemos otorgado categoría de valor positivo al hecho de crear una mentira desde el telediario hasta el regocijo paterno-filial y, durante unos días, atarear a las futuras generaciones en la dinámica de esperar que todo lo racional deja de tener sentido porque la magia es quien gobierna los actos humanos. Dicen esos adultos, estafados en su mocedad, que es una mentirijilla que no hace daño a nadie. Habría que decir que bien tampoco, a cuenta del sufrimiento eliminado cuando comenzamos a entender, nunca de manera plácida, que nos la han dado con queso, galletas y leche caliente. Si la responsabilidad de crear hombres y mujeres honestos y honrados que no sigan despedazando el planeta y sus anclajes comienza a vestirse por la cabeza, escayolada ésta por mentiras que no fomentan ni refuerzan aquellos valores realmente indispensables, sino por un sortilegio armado de fraude, mal empezamos, mal empiezan.
Todo un montaje demencial, desde la «inmaculada concepción» de la «virgen», que condena a las demás mujeres a concebir con mácula, hasta la discriminación por sexo de los reyes «magos», tres hombres y ninguna mujer. Todo ello diseñado y aplicado para la idiotización colectiva y la dominación de las masas desde la más tierna infancia.
¡Un abrazo para tod@s!
Y con todo eso el capital aumenta sus niveles de colesterol y triglicéridos dinerarios, mientras sigue engulliendo nuestra codicia material con cualquier excusa.
Abrazos!