Hace unos meses, llegamos a la dolorosa pero irrefutable conclusión de que no sólo había hogazas de sobra para tanta cantidad de embutido suelto y desperdigado por nuestra corrupta geografía, sino que el hispánico chorizo había mutado en fabricante oficial de su propio caparazón de levadura, harina, sal y agua. La evolución de su destreza criminal da muestras de no detenerse; al contrario, perfecciona su heterodoxia prevaricadora a velocidad interestelar. A día de hoy, resulta evidente que, entre ruido de amputación y heridas abiertas, todo el revuelo cotidiano de esta sociedad golpeada y que se golpea con desmayo no ha percibido que el choriceo ibérico anuncia discrétamente la inauguración de su propia panadería, con productos tradicionales en el contexto histórico de estas tierras y, por supuesto, todo hecho a mano y con impune masa.
Como producto estrella, destaca en los expositores lo nunca visto por el mercado interno desde que nuestros bisabuelos gozaban de impúber razón. El Gobierno, entre sus valerosas medidas de empobrecimiento colectivo sobre las clases que no se pueden permitir más que un pan chusco cada dos días, ha establecido el día del gourmet fiscal, restregando a las honradas microeconomías familiares en quiebra amateur cómo ser un bandolero tiene recompensa; para ser exacto, un 10% de medallas tributarias, que se pueden colgar de manera inmediata para fundir el baño de oro y seguir disfrutando, a plena luz del día, del botín enmascarado ejercicio tras ejercicio, mientras la honrada ciudadanía se remangaba cruzando este charco de profundidad inmedible. Indulto, por tanto, para ejemplificar la medida de la desesperación gubernamental, que es capaz (o hasta proclive) de aceptar capital caducado con tal de no irse a la cama con el estómago vacío. Las amnistías fiscales no son más que indultos múltiples que, además, alientan la comisión de multiplicados delitos futuros. Italia puede dar fe de ello: el país transalpino ha accedido a implantar tres procesos similares en su historia reciente, el primero con razonable éxito recaudador, el segundo con discutibles resultados, mientras que el tercero, hace escasas fechas, ha resultado un sonoro fiasco en su pretensión reguladora. Y es que el tramposo puede tropezar en un despiste, pero aprende dónde está la piedra con suma rápidez, y si percibe la debilidad desesperada de una Administración que no cumple ni hace cumplir su normativa impositora, se hará fuerte en su delito. ¿Para qué sacar a la luz fortunas ennegrecidas por un módico importe, si probablemente mañana podrá hacerlo a mejor precio, quizás gratis? El tiempo juega a su favor. España, en este sentido, ha sido un ejemplo terrible en cuanto a su público fracaso en la lucha contra el fraude fiscal. En el contexto actual, donde la Hacienda Pública sólo integrará un nueva plaza de Inspector tributario por cada cuatro compañeros jubilados, el panorama a corto plazo se presenta como jauja para continuar con la insolidaridad pecuniaria. Póngame un par de barras artesanas, vaya, que ya se las pago mañana.
Pero si en la sección fiscal se nos hace la boca cianuro viendo las promociones del día, en el escaparate financiero encontramos hogazas de fértil mohosidad que no paran de fecundar su crecimiento bacteriológico. Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, parece empeñado en apurar su genocidio de las entidades de ahorro antes de dar por finalizado, en el próximo verano, su desquiciado régimen del terror. La denominada reestructuración financiera del ordenamiento crediticio español ha resultado una sangría indeterminable en términos de despilfarro y destrucción. No obstante, el tenebroso Gobernador parece que llegará a tiempo de cumplir su máximo propósito: bancarizar por completo el sistema, asentando un oligopolio en el ámbito crediticio a precio de saldo. Comenzó introduciendo a todas las Cajas de Ahorros en el mismo horno, a igual temperatura. Cuando se percató de que algunas comenzaban a tostarse con excesiva prontitud, hizo un estudio más a fondo de los ingredientes y detectó que la miga de éstas era viscosa, incomible; en lugar de sustituir su estructura, prefirió ponerlas a la venta como oferta del día a precios de risa, pero sin exigir responsabilidades al panadero de turno. Al contrario, pareció agrandar su incorregible creencia de ser el vendedor del mes y se sacó de la manga otra absurda promoción; el cuatro o cinco por uno fusionó distintas piezas y las sacó al expositor para deleite de los clientes habituales. A día de hoy, parece inquietado al comprobar que no ha podido desprenderse de todo el stock cajero, así que no disimula su obstinación en colgar el cartel de no hay baguettes al precio que sea. Ya no se expresa en términos de solvencia, expectativa de crecimiento, fondos propios o volumen de negocio: sencillamente, las Cajas de Ahorros no deben existir, han de abandonar cuanto antes, las pocas que lo tengan, su negocio financiero y, a las claras, entregar las armas y rendirse ante el triunvirato financiero nacional. De este modo, esa mal llamada reestructuración se ha convertido en una carrera de fondo para apropiarse de los restos, ocultos tras marcas de corto recorrido, sin integración real de sus estructuras (BMN, LiberBank, Unnim, Caja 3, Banca Cívica, etc.), que no han tenido árbol tras los que ocultarse de esta cacería con ametralladoras. Este proceso de destrucción consciente de la totalidad de las entidades de ahorro, solventes o derrochadoras, politizadas o independientes, reinversoras o especulativas, ya ha transmitido sus terribles consecuencias sobre los respectivos territorios donde se encontraban radicadas, los cuales han perdido las poderosas herramientas de dinamización económica desde las políticas benéfico-sociales, así como la cercanía y arraigo de éstas a la realidad familiar y empresarial del lugar.
En este almacén revuelto, más de un empleado viene aprovechando el descontrol de la panadería para llevarse unas cuantas barras bajo el uniforme. Ejemplos no faltan, comenzando por la trayectoria de los copresidentes del grupo Banca Cívica, Enrique Goñi y Antonio Pulido. La bipolaridad produce conductas impredecibles, y si esta realidad de Doctor Jekyll y Mister Hyde sufre de delirios de grandeza y amor por el derroche permanente, nos damos de bruces con el maniquí de talla más proporcionada en cuanto al fraude del desguace financiero que estamos sufriendo. La unión de cuatro Cajas de moderado tamaño (CajaSol, CajaNavarra, Caja de Burgos y CajaCanarias) produjo ilusiones faraónicas de padre y muy señor suyo: una oficina de negocio en Washington que, dos años después de su inauguración por parte de la infanta Cristina en la Avenida Pensilvannia (a pocos metros de la Casa Blanca), aún no ha obtenido el código pertinente para ejercer actividad financiera en el país norteamericano; la ofuscación por finalizar la construcción de un rascacielos tremebundo en el centro de Sevilla (Torre Pelli), a razón de más de 400 millones invertidos a media ejecución, con amenazas ciertas por parte de Unesco en cuanto a la retirada de la consideración de Patrimonio de la Humanidad a la ciudad hispalense; una salida a bolsa a precio de saldo (60% de descuento con respecto a su valor en libros) que, aun así, no ha recuperado su valor de estreno en ningún momento y, finalmente, su absorción por menos de 1000 millones por parte de CaixaBank tras comprobar, en las profundas auditorias realizadas por la entidad catalana, agujeros contables gigantescos que pasaron desapercibidos para el Banco de España en su proceso de integración como SIP. Todo ello, toda esta ruina para más de ocho mil trabajadores con su futuro en el alero, ha sido premiado con el título de Panadero dominical a orillas del mediterráneo para estas dos cabezas llenas de levadura sin fermentar. Un reluciente ejemplo para el resto de horneadores, que esperan el final de sus respectivos turnos con las mochilas preparadas para rellenarlas de las piezas sobrantes. Hay pan de sobra, del que nunca se endurece. No se preocupen si han llegado tarde, si la verja ya está a medio bajar. Seguro que, con un silbido, el chorizo nocturno le atiende amablemente, le permite pasar. Nos lo advierte esa atracción olfativa por el pan recién hecho y los horneadores de Hamelín bien lo saben.
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