Si Edmundo saciará sus demandas de vitamina C y a otra cosa hasta la alborada, hasta que las desembocaduras devoren el horizonte y el atardecer se vuelva hipnótico antes incluso de armar estrellas, del cigarrillo permitido como terapia de desintoxicación social, o tomará el Land Rover de vuelta y perseguirá una versión 2.0 de libertad no impuesta por la tragedia humana, es algo que queda en tus expectativas al acariciar la cubierta trasera.
Las pérdidas, aquello que nos arrebata ser sólo un rato, con el poco margen para entender lo que ya venimos despidiendo, no pueden suponer inflexión a la hora de enfrentar las fuerzas con las que gestionamos nuestro respectivo plan de vida. Las pérdidas, las de verdad, las que la casualidad nos acerca con la lengua fuera, con el dedo bien tieso en posición vertical, todas las que no permiten siquiera arrepentirnos por un «tal vez» de estrategia postparto, quedan fuera. Nos dejan fuera. Edmundo Gómez Risco debe haberlo sabido, observando a Mica enfrentar la playa en invierno con ojos aún incrustados en su parentesco con la naturaleza, tan lejos del ser social como de la melancolía. Una mirada así, a través de los ojos agotados de la tristeza, de lo adulto rendido sin enemigos a la vista, deben suponer el único faro en la tormenta, otro salvavidas no es posible.
Pero ¿Y antes del afecto? Todo ese panorama que para Edmundo Gómez Risco significaba no dejar atrapar su destino por las relaciones de trabajo, el valor de las condiciones de trasvase entre las mentiras con tacto de capital suficiente y las fuerzas de trabajo desde las neuronas al refinamiento de transmutarse, a ratos, en uno de los otros, en pasar desapercibido aún sabiéndose con la marca que nos mantiene expulsados de la independencia, parecían asegurar supervivencia agotadora. La vida como aprendizaje, la evolución de las especies en su comportamiento social, observando los errores estrategicos inmediatamente antecesores para avanzar a pasos de velocista en la lucha de clases sin cuartel.
Los valores que nos sitúan en la fidelidad al orden de las cosas, aquellos en los que Fernando Maldonado será nuestro amigo desde el abrazo en la distancia, al que enseñaremos nuestros pasos pero él nunca nos llevará de la mano a bailar con su orquesta, suponen el afluente por el que la mayoría confía en sumarse, si la voluntad de los factores que no alteran nunca el producto de la realidad, a lo sumo de la esperanza como quiniela en balde, a una corriente que es minoría, que necesita serlo, que supervive siéndolo, pero a través de la cual fluyen las escorrentías de la opulencia. ¿Y el afecto, preguntamos nuevamente? ¿Y la felicidad? Se quedó en el nacimiento. Los sentimientos no se alumbran a través del proceso de relaciones humanas, sino de manera escueta, casi avergonzada, a través de diminutos elementos del todo. O de unos cuantos. Edmundo nadó y guardó la ropa en busca de no tener que entregar su pulso a pesar de las lecciones recibidas. Pero los sentimientos, ay, y el destino casual, con sus irregularidades siempre en línea de llegada, le remontaron, agotado pero con algo de pesca oculta entre los aparejos, a ver a través de las pupilas, enormes, de Mica, una nueva aventura en el horizonte.
Sería sorprendente que el amigo Tinejo no supiera de este reportaje-entrevista ¡ja,ja!.
http://www.youtube.com/watch?v=hDjfZBJ4qpc
Con mi afecto.
Y usted que lo lea, y nos quiera tanto.
Abrazos grandísimos! Y no abdique nunca.
¡Jamás!. Los amigos en la distancia kilométrica pero no en el aprendizaje desprendido de cada artículo leído me tendrán siempre a su disposición.
Un abrazo.
Pd. Los «republicanos» de salón están invadiendo las redes sociales ¡ja,ja!.
Lo que hace falta es que invadan las plazas y las calles reclamando para la ciudadanía la soberanía real, la de ser cuestionados sobre la construcción del modelo institucional de hoy a unos años en adelante, hasta la siguiente caducidad en marcha.
Difundamos el mensaje. Es nuestra obligación y nuestra devoción.
Un abrazo.