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Como rezan camisetas y pancartas cada día 3 de mes, en la plaza de la virgen de Valencia, «43 muertos, 47 heridos, 0 responsables«. El cantautor Pau Alabajos los recordó, como aperturan musicalmente estas líneas, y nos recordó que la impunidad no puede continuar ejerciendo su metralla vertiginosa de silencio cada vez que llaman accidente lo que quiere decir negligencia. Y todo ocurrió en una vía que aquellos que fueron exculpados de manera tramposa a nivel judicial y protegidos en lo político, sustentados en su mayoría absoluta, pretendieron directamente borrar de la historia, en una chusca suerte de neolengua ferroviaria, endilgando su recorrido a la cuenta de un genio de las artes local, como si su nombre infundiera por sí mismo un respeto que evitara a los damnificados mancillar su legado pictórico. Una línea plagada de cadáveres, expulsados con veloz fiereza a través de unas ventanas de plástico sin refuerzo, tan efectivas contra el sabotaje como frágiles frente a su misión principal. Una línea, en definitiva, preparada para la desgracia con el mimo que sólo puede imprimirle la incompetencia y la sustracción del ánimo de servicio público a la hora de invertir, efectivamente, los recursos globales cuando de infraestructuras básicas, las que crean riqueza real en la construcción social, se trata; porque en la Línea 1 no sólo el plástico dejaba los laterales de los vagones como un escudo de plastilina, sino que el sistema de frenado que esperaba al desenlace era de baratillo, instalado únicamente en este trayecto y en otra línea del metro de Barcelona. El Frenado Automático Puntual, 40 veces más económico que el sistema ATP se llevó prácticamente una vida por cada unidad de ahorro sustraida a la seguridad ciudadana, cantidades ridículas frente a la opulencia de estructuras arquitectónicas con presupuestos sin límite al escándalo, agrietados como las pistas de aterrizaje que no palpan de los aviones en desbandada.
Lo que está claro es que la energía popular se ha reactivado, a pesar de haber transcurrido siete años de opacidad, con una televisión pública en silencio y silenciada, una estructura alrededor de las trampas del poder que impidieron que creciera la indignación multitudinaria para que los responsables, que fueron y son, no tuvieron siquiera que retraerse institucionalmente; más aún, desde Juan Cotino hasta los responsables medios de la televisión autonómica o Metro de Valencia arrojaron toda la culpabilidad sobre un conductor fallecido, silenciado, frágil. Afortunadamente, los excelentes reportajes que Jordi Évole realizó en su programa Salvados, así como la persistencia de la asociación de víctimas presidida por Beatriz Garrote, no han permitido ni el detenimiento ni la mentira de esas plantas invasivas capaces de enredar la verdad hasta hacerla trampa o, peor aún, desaparecer. A día de hoy, la velocidad del ferrocarril arrastra tanta imprudencia como la probable epilepsia del conductor, ocultada a sabiendas y que, junto a esas medidas de seguridad más que escasas, condenan al ostracismo la protección tras el sobreseimiento por falta de pruebas que se emitió, deprisa y sin mucho ánimo investigador, a nivel judicial. Desde mediados de mayo del presente año la investigación avanza para que, ya que resulta imposible revertir las dos primeras nefastas cantidades, el 0 aumente hasta alcanzar la cifra exacta de responsables de la desgracia y el silencio.
Tesón y palabra… Nuestro bagaje.
Un abrazo amigo.
Muy dura la fatal coincidencia de recordar a unas víctimas para, a las pocas horas, toparte con unas nuevas.
Los pasos de una vida incontrolable. Salud, amigo.
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