La infecta noche

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A estas alturas de la semana, y salvo que habite en un entorno rural extremo, con una climatología enlazada con el ánimo más fervoroso por el rechazo a cualquier tecnología de comunicación con pretensiones de sofisticación superiores a la pluma de ganso, es más que absolutamente probable que haya tenido que visualizar y escuchar esta terrorífica escena:

El programa «La Sexta Noche», tras más de un año de emisión, se ha consolidado en la parrilla nocturna de los sábados a través de una apuesta al principio arriesgada, esto es, el intento de mantener frente a la pantalla al espectador con un producto de actualidad política a digerir durante más de tres horas. Debe ser la algarabía por sortear la daga de la cancelación en la primera etapa, y la consiguiente irreflexión para explorar nuevos escenarios de divertimento, lo que ha llevado a cimentar como base del ánimo polemista, acapador de televidentes irritados pero sujetos a la dosis de morbo bidireccional, a un tridente de periodistas dispuestos a superar cualquier barrera de educación y respeto por el diálogo sereno con tal de defender a capa y espada cualquier consigna que venga bien remunerada en los faldones y banner de sus correspondientes medios. De Francisco Marhuenda y su boletín sin lectores ya se ha escrito cualquier cosa, y una letra más supondría redundencia nauseabunda; Eduardo Inda, tras dejar Marca como los chorros de la hojalata, más parecido a un folletín de variedades que a un diario deportivo (si algo así puede llevarse a término sin inventar polémicas entre medias de que corra el balón para alimentar la gordura del kiosco), regresó a El Mundo con mayordomo y sin necesidad de arrimar la caspa a la pescadilla que le muerde permanentemente la cola; es sonreir frente a la cámara y disponernos a un buen trago de fanfarronería patrocinada. Así son los medios, de eso comen la gran masa de periodistas que hoy se dedican a las relaciones públicas, no a la información.
AdaColauPero aquel Craso de la requemada figura que es Alfonso Rojo merece capítulo aparte, más aún sobre esa estocada a cualquier principio de corrección en el debate y la serenidad que se presume al que busca el diálogo y, por lo tanto, debe desterrar lo barriobajero. De Ponferrada navegó sin mar hacia la luz pública a través de corresponsalías de guerra que pulieron esa otra fama anterior al teléfono móvil, la conexión permanente a la redacción cuando se encuentra uno en lejanas tierras, inhóspitos conflictos, consistente en tratar por igual de héroes a todos los que se la jugaban en medio de escenarios bélicos: algunos entre balas, otros entre aperitivos; los más en la trinchera, los menos mullidos en la recepción del hotel, poniendo el oido donde otro había colocado su frágil destino al servicio de la profesión. De esas carnicerías, no obstante, regresaron todos con las mismas cicatrices, y algunos en base a famas desmerecidas ocupan asientos en prime time, dejando el gatillo sin el seguro puesto.
En change.org más de 65.000 ciudadanos han participado para solicitar a La Sexta que no invite nunca más a Alfonso Rojo, al insulto. Pero intentar sonrojar a Ada Colau por una cuestión ajena al debate, en la diana de lo personal desde la óptica más barriobajera que ni se puede suponer a un profesional de la comunicación que se precie, a un ser humano que mantenga un nivel de buenos modales en la media (y miren que la media no anda escalando, que digamos) no va a eliminar la vía que ha emprendido un programa que, como toda buena intención, perseguía poner en la diana del interés televisivo la actualidad política y social y, en la actualidad, no ha dejado de convertirse en el griterío de turno en donde el contenido carece de importancia. El escaparate, no obstante, todavía incita a determinados ciudadanos con algo que contar a adentrarse en su plató para poder amplificar cuestiones de interés. Con asuntos como éste, con el show por encima de la idea, no se puede esperar menos que una desbandada a corto plazo de cualquier intervención digna. El resto, como ocurre en la gran pradera televisiva, sólo es ruido o reproche.

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