Ernesto Sábato mantuvo, casi como un principio ideológico inquebrantable, el terror que le enfrentaba al momento de la muerte, tal vez porque era remotamente consciente, en lucha con su honesta modestia humana, de lo imprescindible de su presencia y su mensaje en esta sociedad planetaria podrida, corrompida y sin mucho rumbo. Afortunadamente, la genética cumplió honradamente con unos plazos más que respetables en lo que respecta a la casi centenaria existencia del maestro de Rojas, si bien, en los últimos tiempos, le azotó con una ironía cruenta, dejándolo prácticamente ciego y, por lo tanto, alejado de su mayor herramienta de trabajo y placer, además de sumergirlo en el universo terrorífico de su Informe sobre ciegos como un protagonista bondadoso en medio de una oscuridad plagada de malignos moradores.
Antes del fin llegó demasiado temprano, fruto seguramente de esa aversión Sabatiana por posponer lo imprescindible, meticuloso en las formas y en el fondo de todas las cosas que conocía y quiso conocer. Como novelista fue exacto; desenvolvió su ansia de prosa en tres novelas milimétricas en cuanto al arte y el discurso, exponiendo con exactitud todo aquello que quería contar gracias al resorte de la ficción, pero sin apartarse ni una frase del análisis necesario que requería su inquietud privada y pública. Así, el científico abandonó a temprana edad el orden de la materia para revolcarse plácidamente en el tormento de la literatura, de las palabras intentando unirse para explicar el terreno por el que nos movemos y nos mueven, nos zarandean. Desde Uno y el universo anunció el romance que mantenía con la ciencia y las letras, pero ese bautizo también sirvió para servirse de la primera a la hora de explicar materias cercanas al hombre como protagonista filosófico; no obstante, la forma de ensayo siempre le procuró la idónea carretera por la que hacer transitar su verbo y su palabra, quizás por esa timidez indisimulada que coartaba con rebuscada excepción.
Por desgracia, su capacidad para relatar con brillantísima dosis de realismo tuvo que afinarse hasta el extremo en el momento de clarificar y narrar las atrocidades de la dictadura militar (1976-1983) con meticulosidad dolorosa y humanamente horrenda. La elaboración de Nunca más le instaló toneladas de dolor en su esperanza y su aliento para con el género humano. En cierto modo, el proceso para el juicio y encarcelamiento de los máximos responsables del genocidio argentino le mató en un alto porcentaje, si así puede considerarse, tanto como le remató sin anestesia las leyes de punto y final, no sólo por verse obligado a asumir un nuevo golpe de Estado contra las miles de víctimas, sino por provenir de un responsable político cercano y en el que había depositado confianza cierta, Raúl Alfonsín.
Toda la dignidad y honradez no han sido suficientes para eludir tantas y tantas barreras que se compusieron frente a sus principios y esperanzas; Ernesto Sábato ha sido un gran sufridor, y todo por ser un gran ser humano. Nos ha dado demasiadas cosas, desde el placer de sus letras novelescas hasta la consciencia provocada por sus hermanas gemelas ensayísticas. Su sola presencia, acompañada por unas pocas frases, han sido suficientes para atrapar una buena dosis de categoría humana, ya que nunca ha entregado boludeces ni ha errado en hacer perder el tiempo cuando sabe que no nos sobra. Con su marcha, este mundo es mucho más feo y más ruin, porque se ha apagado el gran altavoz de los valores más codiciados, y no asoman con demasiada frecuencia relevos de su dimensión.
Descanse en Paz
tuve el placer de charlar con el, un gran ser humano.-
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Espléndido artículo. No se puede narrar mejor quién fue para las personas de bien Ernesto Sábato.
Un abrazo.
La desaparición física e intelectual de Ernesto Sábato, aunque inevitable, es una tragedia poderosa, ya que, desgraciadamente, no abundan energías de su calibre. Defendió la belleza y machacó el horror con una fortaleza enorme, aunque ello le produjera desarraigo humano y dolor sin parangón. Contó lo imprescindible y nos transmitió lo necesario. Cada vez hay menos, y los necesitamos. Abrazos a todos.
Era insuperable y menos mal que nos queda Onetti, otro de los grandes ejemplos y que a mi, particularmente, me gusta releer más que a Sábato.