
Para desentrañar ciertas reflexiones como la que viene a continuación es necesario realizar el camino inverso, es decir, aposentarse en las entrañas propias y notar el cultivo de la indignación frente a evidencias que, aún así, continúan sin marcar tendencia. El hecho: El portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, ha afirmado esta mañana, tras concluir la reunión del órgano de gobierno de la iglesia católica patria, que «la renta básica es urgente y necesaria, para esas personas que han perdido su empleo o se encontraban en situación de verdadera necesidad», si bien el obispo auxiliar de Valladolid ha procedido a puntualizar al instante como, a juicio de los prelados nacionales, esta herramienta «No debería ser una coartada para una especie de subsidio permanente. Hay cuestiones que, siendo urgente en el momento, corremos el riesgo de que se conviertan en permanentes». Coartada, calificativo para señalar a la exención de un presunto crimen, de solidaridad en este caso. Solidaridad, un término desclasificado del diccionario eclesiástico desde su propia fundación como organización.
¿Qué puede lllevar a una institución que establece entre sus principios fundacionales el amor al prójimo y fundamenta, supuestamente, su razón de ser en la labor desinteresada por los demás a esta soez puntualización? Sin lugar a dudas, el enfrentamiento tajante entre el referido principio de solidaridad, inspirador de la renta mínima vital que va a poner en marcha de manera inmediata el Ejecutivo central, y su leit motiv a la hora de desplegar la labor humanitaria por parte del clero: La caridad.
Solidaridad vs caridad: Pelea entre los dos pesos pesados sobre el ring de la labor a favor de los sectores más desfavorecidos de una sociedad. La Iglesia Católica, máximo ejemplo del desarrollo ideológico de la segunda opción, no está dispuesta a dejar vencer su razón de ser ante un púgil que ha optado por dejar de lado un combate cuerpo a cuerpo al descartar de la agenda política principal el debate sobre las exenciones tributarias de la institución, la laicidad radical del Estado en la concertación educativa o un gancho fulminante ante el fraude las inmatriculaciones múltiples de bienes inmuebles a lo largo y ancho del país. Al menos, por ahora. En la búsqueda de un reequilibrio de la riqueza, más aún en un período excepcional como el que actualmente existe, el adelantamiento de la puesta en marcha de esta herramienta redistributiva de carácter social permite aliviar urgencias derivadas de la crisis económica y la imposibilidad de estimular un mercado de trabajo en parálisis. Ahora bien, su alumbramiento con carácter estable y permanente suscita el recelo desde el monopolio de la caridad, como demostró antes de que hoy se pronunciara el clero la visceralidad de anónimas y muy robóticas expresiones, fundamentalmente en redes sociales, calificando de «paguita» el mecanismo, ridiculizando su existencia como si de un subsidio paradisíaco para holgazanes se tratase
«Consejos vendo que para mí no tengo» podría ser una certera leyenda a la puerta de basílicas y catedrales en países como España o Italia. Porque no solo de la caridad vive el monje, sino también todo aquel porcentaje de la sociedad que brama contra el hecho de destinar 5.500 millones de euros anuales a revertir el drama económico de cientos de miles de hogares, pero que se aplica unos pocos días del año en recolectas de parroquia, fiesta de la Cruz Roja, día de la banderita y dejar caer algunos céntimos en el vaso del mendigo que le abre la puerta antes de misa. Ayudar a los pobres y desamparados, sí, pero para la tranquilidad de mi espíritu. Si el Estado se arroga la ejecución ordenada de paliar la pobreza, ¿Dónde queda el reposo de mi alma pecadora? Sin el estímulo de la donación arbitraria, según más pena me dé el presunto desamparado de entre los que tengo a mano ¿De qué manera voy a sentirme una persona de bien?