Recuperar de nuevo los nombres de las cosas, llamarle pan al pan, vino llamarle al vino. Nos lo robaron todo, la gloria de estar vivos, pero no consiguieron robarnos la memoria. Ellos tienen también cuerpo bajo la ropa, manos que no acarician, dedos que no se tocan. Nosotros que queríamos vivir sencillamente, nombrar las amapolas. Si tú quieres ola, mi lengua es una ola. Nosotros que queríamos simplemente vivir. Y saber que muy pronto va a desbordarse el trigo pero mi vecino de arriba, en la barra del bar, dice que es Superman. Es una pena que su mujer no opine igual cuando el labrador de mi pueblo, cavando de sol a sol, llena de angustias sus manos, dando vueltas a la noria. Antes todos hemos sido albañiles, con las manos frías nos quedamos sin palas. El sudor del pueblo paga el piso de los alcaldes en Madrid. ¿Qué haremos con nuestras manos y nuestros fusiles, si antes de soldados, albañiles hemos sido? Pues los pajaros anidarán en tus manos y el tiempo pasará mientras nos insultamos. Nuestra dignidad se queda tirada en cualquier parque; mi denso olor a semen se desborda por esos espacios que ocupas en la alma colectiva. La ceniza y los despojos sobre el feto que nunca hemos tenido. El pasado que aulla como un perro que no exporta su emigración inmediata. Tu modo de abrigarme el corazón; la celda que ocupaste con ese bramido de árboles huecos. Tantas cosas hermosas que se han muerto. El padre que murió antes de nacer en esta estepa lluviosa, con gusanos y arena. El derrumbe de la cama en el vacío, sin mitos aparentes, demoronándose la Casa Tomada. La madrugada que grita en torno al fuego insomne pleno de colillas sin respeto, con mierda irremediable, infecunda. Las caricias con miga en las manos, enharinadas de pasión adolescente. Enséñame a tener paciencia y vivir a plazos, con el silencio del terror nocturno; créceme a bastonazos. Mi piel se llena de preguntas y silencios, pero apareció la vida cuando me astiaba de sed, con la necesidad de beber vida, de ingerir honradez. La dulzura de la carne nos reclamó el plazo extemporáneo del plazo pecador a manos llenas, como niños traviesos. El tiempo es una aventura que han inventado los viejos, y el presente es lo único que parece nos corresponde. La muerte es una puerta cerrada mientras en el cuerpo quede una gota de deseo, de ansia, de pasión por esa vida no asumida. Perdóname por abrumarte con mis impresiones, contando falsas historias de optimismo. Te besaré cuando La Luna me sugiera que temblamos cuales pájaros pasando de las palabras a los hechos. En realidad, tú y yo acabámos de nacer, mordiendo acordeones que llegaban tarde a la insurreción política y emotiva. Reconocimos nuestros rostros en Paris, cuando la arena nos hizo temblar los párpados. Esos relojes febriles multiplicaban el amor de los políticos regios, con retos rojos de las murallas virulentas. 1968. No reinventamos en el chicle agrio que tiraba a dar, contra los dientes honestos de la Historia. El traje marrón era el del amigo que iba camino de la fábrica robótica, muerta, moribunda. Fuimos vagabundos con poder electoral, cantando tonadas sombrías, sin amigos, sin fondo en sus ojos, con las flores secas, con el alma mustia.
No para de llover, con alcohol se hace menos malo seguir el orden y la disciplina. Contamos los días que faltan, y nos llenamos la panza de vino en el extrarradio. La ciudad, con corazones pintados en los muros, es hostil y extraña. Pagamos extractos de amor apresurado a esos miserables que hacen rebaja a los desentendidos que piropean a las farolas titubeantes. Salimos del nicho cantando, erectos, pasando de la crítica epistolar. Somos pandilleros suburbiales, hijos del dolor y sobrinos de la necesidad callejera, con las escuelas cerradas sin palo ni taco; sin bolas marfileñas que olisqueábamos para el coloque que nos incita a vivir, a no reventar la propiedad de los que no te dejan elegir. A punta de navaja reclamas que no se mueva ni el Rato. La bronca asoma con la sonrisa de las chavalas que castañetean tu paso de Robin Hood carnavalero. Pero una noche la muerte te espero con las seis balas que desangran tu valentía, no tu egolatría urbana. Tu escoba sangrienta en mi balcón dispara mi desidia, mi tristeza con redes bigotudas. Piensatelo bien antes de poner tu pie en mi balcón, porque barrerás mi soledad y los comentarios callejeros cuando te muestres sin tu apariencia, sin tu disfraz, de niña Cenicienta. Los hechiceros de la noche te convirtieron en Cospedal de mala muerte. A pesar de eso, aprendamos a mirar de reojo a las señoras con incontinencia vomitiva. Aprendamos a fruncir los labios inferiores, zancadilleando el etilismo de la macarrada con placa sospechosamente tapada. Vistamos negro luto todos los dias, en busca de los bandidos con botellas en sus maletines. Seamos fugitivos con la cremallera descuidadamente bajada, con una doble sonrisa. Viajemos a lomos de una ciudad sin empedrado, en busca de ese encuentro siempre negado, siempre contaminado. Nuestro cielo se desparrama a golpe de azucarados recuerdos que ahora son ingratos, edulcorados. Desolado paisaje de antenas y de cables, de robótica humanidad.
La noche que yo amo es turbia como tus ojos, larga como el silencio, amarga como lo que nos quema las neuronas. Nos picotean dos mil esquinas sin pasión carnivora, con la pedofilia de los penes rugosos, sin sangre. Esperamos tanto de la desolación nocturna, sin fichas de casino, sin graduación olvidadiza. Dame fuego y control para que la seriedad sea un vaso de té moruno. La delgadez de un papel de fumar es ese acelerador que nos mete el craneo en la lavadora para pisar el embrague no cautivo. Toda una vida de oficina y disimulo, toda una vida con la gente decente gritando la fealdad hermosa de los devaneos sin farola. De pronto un día el asfalto es de los valientes, y saliste a la calle para comerte el homigón con rimel de hermosura incontestable. Al echar a andar, el teléfono ardiente dijo ring, ring, ring. Tú nunca faltabas con tus senos con glandes presurosos, ignorando al príncipe que fuma Ducados, que tiene eyaculación precoz. No imites la gomina que sabes amoldar a mano derecha, son tiempos de rebajas sin comprador.
Adiós mundo, adiós esperanza. No doy pasos adelante cuando mi copa huele a bromuro, cuando el cartón de tabaco huele a cianuro braseado. La cirrosis y la sobredosis con mancha, la ironía que antes eran dientes juveniles, valentía. Macarra al canto. Los tobillos nos los han desgastado los perros que buscan ese olor a moneda muerta. Sin temor, nos quedamos a la espera, con la vida entera por bandera, mientras el tren del pasado suelta carbón con pinta de vapor inocuo. Las tierras entre railes se carcajean, floridas, en busca de antiestamínicos con cuatro patas. No me pidas que levante los hierros antes de que suene el tren sin estación, porque cuando era más joven viajé en sucios vagones que iban y venían, sin camarotes, sin brandy. Llegaban a las paradas con colchones mustios, boyantes de semen absorbido, como resortes pornográficos que querías resetear con la suavidad del encuentro sin pan, con carne hambrienta. Extasiados, andaban de brazos de los extraños más consolados, los más extravagantes antes de caer la Luna pocha. Aún así, sé de ese amigo sin sombra, que se esconde en las azoteas para anular la contabilidad de nuestras esperanzas. No pierdas el tiempo conmigo, señor moralista. Huyamos del frío y busquemos en las tierras sin mercantilismo, donde sólo hay labios a precio de costo, a amor por abrazo. A trueque de sudor instantáneo. Apenas llegamos nos instalamos para siempre en las medidas de nuestros pliegues sin gimnasio, con las arrugas de la sal y el descuido generoso de los líquidos que emergen a partir del vaiven de niños-adultos. Gritos, azucar, sal, sabores de las uñas hasta los pelos con ataud, el recorrido del desengaño nunca cautivo. Nunca cumplimos años porque las fechas quedaron estancadas con un sol sin rutina. No teníamos costumbre de esconder la insolencia de esa desnudez que mata a otros hasta de lejos. Que vamos a hacerle, si nos gusta la rutina violenta que a otros escandaliza a la mínima muestra de carne lechosa, de puntitos con ganas de buscar cobijo procreador. Nunca entendemos el movil del crimen, a menos que sea pasionalmente político, escapando por pies cuando nadie entiende que el puñal es colectivo, que las ideas se hunden sobre la soberbia desabrida. El amor, en cambio, es preferible sin celos, sin hembras místicas que parecen haber nacido sin ombligo ni labios, plenas de impotencia rebelde.
No soporto el dolor y busco un lejano país, fatigado, con todas las tonalidades bigotudas que trascienden los cuerpos esbeltos que nos hacen café a la mañana, sin churros, sin retrete estancado. Los sabios miran su geografía y no entienden por el odio que sentimos al repudiar la pasión de los humanos sin anillo. Los años que nos convirtieron en seres sin algodón y poliester encumbraron las sábanas más densas. El faroleo nos lleva a la noche sin ganadores, con la victoria permanente de la banca asexual, sin discipulos quejumbrosos, arrastrándonos a los rayos que queman la valentía bigotuda de las ratas limpias de la noche. Aún asi pedimos dos camas con ventanas al mar, trasnsparentes, con llaves silenciosas, saladas nuestras bocas podridas, sin nutriente. Nuestras nucas son rocosas como los picardías de barato que imprimen tentación sin punto G. Nuestros purgatorios están desolados, quemados con las pupilas de tanta inquisición anodina, de tamaña erección en el vacio de dedos con uñas que rascan heridas sin placer.
Y hasta aquí llegó la poesía del caminante que llenó la desolación rítmica de las suelas con baldosas a pleno pisotear. Quien sabe si nos da por gastar, más adelante, la acera con farolas y papeleras y neones con advertencias. Perdón por las conexiones. Gracias por la segunda parte que está cogiendo temperatura.
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