El ala Redonda de la Moncloa

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1960

De lo yermo a la siega a veces no va un drama, sino un diluvio contenido. Hasta hace una semana, repasar el calendario público de Pedro Sánchez Pérez-Castejón causaba incomodidad a cualquier politólogo con escrúpulos académicos: Una victoria con las cartas boca arriba acompañada de una dimisión con todos los ases en contra; on the road al canto y, vuelta al ruedo, triunfo sin baraja marcada. Llegar y besar el santo, pero no como Rajoy, por detrás y con babilla, sino con Iglesias políticas y unos cuantos desaprensivos que tuvieron a bien darle un bastón torcido y a ratos.

Pasaron dos elecciones como pasa la vida de un país occidental en otoño-invierno: De rebajas y con ganas de ponerse una mantita por si se anima a refrescar, lo que sea que ya significa eso. Y el resistente de manual seguía no solo allí, sino con enemigos más cavernarios y una fraternidad de frente y de costado que tampoco invitaba a abrir la cartera todos los viernes de aperitivo. Y mientras, como si la butaca 1 fila izquierda según se baja en la sala de prensa del Palacio de la Moncloa tuviera desde siempre su nombre, ahí estaba Iván Redondo Bacaicoa. Y vaya si estaba; tanto como seguirá estando.

Cuando comenzó su labor junto al hoy jefe del Ejecutivo, se acusó al consultor político donostiarra de desarrollar su actividad como si de un capítulo de «El ala oeste de la Casa Blanca» se tratara, tanto por sus golpes de efecto mediáticos como por el contenido de algunos de los discursos que preparaba a sus clientes, entre los que destacaba, hasta la llegada a la planta noble de Ferraz, José Antonio Monago en su etapa de máximo responsable de la administración pública extremeña. Probablemente fuera cierto en tiempos de pax hispana, pero la llegada de la crisis provocada por el Covid-19 a todas las escalas ha hecho emerger su estrategia, tal vez la única para la que esté capacitado, como el exoesqueleto artificial más firme tras la presencia de un Pedro Sánchez que, en estos días de confinamiento y asunción de decisiones y responsabilidades, ha emergido como un estadista que se presenta sin temblor de pulso y con las ojeras y el temple vibrato propio de un dirigente que quiere serlo y se ocupa en parecerlo.

Con la regularidad mesurada de quien tiene que liderar una situación mustia de inicio, presa de malas noticias que vienen, llegan y van, en modo hasta el momento elíptico, Pedro Sánchez habla para anunciar novedades, la mayoría complejas y hasta crueles («Durísimas», no se cansa de repetir), pero también para aparecer sin decir, relatar sin anunciar, a sabiendas que hay cientos de miles de ciudadanos que no son adictos a las redes sociales y las cadenas generalistas son, en este claustro hogareño, la única ventana al mundo de lo que para otros es periódico de ayer. Piensa en ellos, y Redondo escribe para ello y para ellos. Mira a la cámara, desempolva la rigidez de sus enclaustradas extremidades superiores y consigue empatía, ojeras mediante, muecas después, aunque muchos esperen a diario que él y todo su ejecutivo supiera lo que pasa con una generación de antelación. Y de la mano de tanta puesta en escena necesaria, colándose entre reiteraciones de aquellos mensajes que pretende sembrar en este comienzo de primavera con fina lluvia, emergen citas que quedarán para el manual del buen estadista, así sean en ocasiones tan fugaces entre el fragor de la aliteración que, si no estamos pendientes, tengamos que impresionarnos cuando todo esto pase y se nos descubran en un reportaje dominical pensando antes de ver el nombre que son de Churchill o de Groucho, como de costumbre.

4 Comentarios

  1. Lo has «clavao» y con ese estilo tan tuyo yo ya no me atrevo a añadir nada mas porque le tengo pánico al ridículo, un abrazo y sal por aquí con mas frecuencia, pero quizás cuando se retire la pandemia, ahora a jugar al escondite mejor, es mas prudente pues se conoce que el bicho tiene bastante mala leche con los que «semos» de edad avanzada.

    • Me alegra tanto más que regresar por el mero hecho de narrar, este reencuentro con los viejos y fieles amigos. Cuídate, cuídate, porque sin estar no seremos, y yo necesito que sigamos siendo

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