En esta guerra de precios del tabaco con filtro, los Ducados cotizan a la baja. Cuando abres la cajetilla de los truenos van saliendo machaqueos irregulares, abiertos los cilindros por las dos puntas, con todos los aditivos a la luz del día. Ni siquiera los cartelitos de advertencia en el exterior del recipiente han sido capaces de informarnos convenientemente de lo perjudicial que resultaba quitar el embalaje y dejarnos seducir por barcos, éxitos, chaqués y sonrisas. Ahora, cuando nos hemos puesto en manos de especialistas para quitarnos del vicio rosa que nos cautivaba a costa de nuestra salud mental y tributaria, somos capaces de percibir el tufo que desprende el faso sin papel de liar, con todo al aire, sin ni siquiera crear ya una incómoda adicción de redención, de «el último y lo dejo».
Carlos García Revenga, el veterano Secretario de las infantitas, es el último en enrollarse y ser prensado desde la factoría de ese tabaco negro que es el Ducado de los informes de corta y pega, las comisiones de palacio y que ha reventado en el cenicero tapado, con una abertura en el centro, pero sin agua dentro. De los Ducados a los rubios Coronas, la industria se tambalea; desaparece su publicidad de las web más exclusivas, pretenden arrebatarles el patrocinio balear asociado a la marca y, en los momentos de peor prensa, sus productos ni siquiera aparecen en las estanterías donde antes hacían acopio, a miles de euros la unidad. Qué tiempos aquellos, unos cobraban el ladrillo a dos mil el granito de veinte por veinte y otros, los más refinados, doblaban el importe por folio manchurrado. Hoy todos hacen cola, inapetentes, en las puertas de los juzgados pero estos últimos dirimen a la vez sus causas en la pérdida de privilegios que parecían inalterables. García Revenga es el último en reclamar su derecho a ser escuchado en sala con la misma velocidad que se le ha torcido el gesto cuando los magistrados han resultado obedientes y han procedido a pasarle papel de fumar en tejido de citación como imputado. ¿Cuanto le queda a Cristina I de Caixa para engrosar la línea humana de responsables penales? Quizás mucho, del todo, porque ella fuma a escondidas, con un par de amigos en la puerta para avisar por si se acerca demasiado la justicia cada vez más ciega. Pero, mientras, la plebe se entretiene viendo desfilar a plazos a los que primero aplaude y luego apedrea, por pura terapia, para quitarse el vicio.
Qué pena que las autoridades no nos advirtieran con mayor énfasis y antelación todo aquello que perjudica muy seriamente nuestro porvenir. Por el contrario, los que se niegan a soltar el mechero que ilumina sus cuentas corrientes y dan calor a sus estómagos, no entienden del precio de la adicción y siguen pidiéndonos moderación mientras encienden una nueva con las últimas brasas de la anterior delación pasada por alto. Es el sempiterno círculo de las excusas placenteras, la culpabilidad sólo afrontada de humo para afuera. Qué malo es aquel día que aprietan por primera vez los labios y aspiran corrupción bajo las palmadas de sus compañeros más veteranos; en algún momento sienten la indirecta vacilación de estar haciéndose daño, pero la abstinencia ya les impide razonar hasta que caen en manos procesales. En ese momento sacan a la luz todas las excusas: lo estoy dejando, de mañana no pasa, pero si llevo más de un año que me he quitado. Pero no se lo creen, locos por salir de la magistrada consulta para abrazarse al clandestino énfasis del placer. Son una minoría, seguro, pero el producto continúa siendo rentable, aunque los Ducados manchen los dientes, la sonrisa, el porvenir. Aunque lo consuman después de haberle retirado el papel de liar.
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