Crimen y castigo Parotista

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PAROT1Se acabo la efervescencia de ese efluvio gaseoso que venía emanando del Tribunal Supremo hacia ningún horizonte. Si recaudar Fondos estructurales y de convergencia era política de rechupete en esa aportación macro europea consistente en seguir lo dictados de la privatización para invertir en la libre circulación de capitales y servicios como virreinato de la ausencia de fronteras pecuniarias, alguna insondable frontera de plastilina tenía que derretirse como intercambio a la hora de dejar hacer y no dejar pasar.
La venganza es plato de agrio gusto cuando se enfrenta a los principios básicos del telón de fondo. Crimen y castigo, venganza a la carta. El Código Penal de 1973 no era norma laxa, bien armada de fusilamientos y rencores varios, pero sí que estaba inadaptado para afrontar a pistoleros con diversidad política en comandita. Más de dos décadas después, el sistema penal español se modernizó de la misma manera que lo habían hecho previamente asfaltos y papeleras, instrumentos primordiales de una democracia siempre llegando y en desbandada, al mismo ritmo de aleteo. Pero lo más malos, los irredentos, ya estaban cautivos y desarmados, y ahí quedaron, entre ambas franjas punibles, entre la venganza con olor a redención y la democratización del castigo. En definitiva, carne débil en formato de tres décadas de mazmorra, al servicio de la siguiente generación.
La gracieta es que pasada la etapa redentoria ni los anteriores pueden desvincularse de su democratización procesal ni la siguiente ha llegado a alcanzar la frontera de la Historia que permite entender que lo que no le sangró tiene derecho a cicatrizar sus propias heridas. Siguen los mismos, más viejos, más rencorosos, sin atisbo de justicia y sedientos de venganza perra. Dos décadas desargumentadas, un Estado que mete marcha atrás y revienta la caja, las esperanzas, de cambios; una vía muerta. Y con alguna copa de más. La autoridad ha hecho dos controles y el positivo reafirma la incapacidad para seguir circulando, pero el volante tembloroso, temeroso, es demasiado apetecible. Mientras nos persiga nuestra apariencia de venganza, nosotros creeremos en la insolidaria justicia individual.

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