Banderas de nuestros muertos

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Banderas2150 ciudadanos, en un crisol de culturas y nacionalidades, perecieron la semana pasada en los Alpes franceses tras, según apuntan ya de manera definitiva, la accion voluntaria del copiloto del vuelo, Andreas Lubitz, llevándoles a la muerte de manera premeditada. Como ocurre en cualquier vuelo de carácter internacional, poco importa el lugar de despegue y el de destino en lo que respecta al color de los pasaportes en tránsito, en un planeta que se conecta a escalas de manera imparable, consecutiva, y donde la residencia vence al ius sanguinis de manera aplastante. Todos nacemos aquí o allá, pero nos desplazamos por el orbe a la velocidad que nos permite la actual tecnología de transporte, así como las necesidades laborales, vitales y existenciales.
Una vez consumada la certeza de una catástrofe sin supervivientes, los familiares y allegados de las víctimas desplazados hasta el trágico lugar del siniestro fueron recibidos por un artificio de banderolas como supuesto gesto de honra global a una tristeza que, según parece, trasciende al dolor de lo cercano, de la muerte del ser querido sin motivo aparente. Ese vacío, que no se complace con un arrumaco de trapos coloreados, sí se supone que da bien en cámara, como una especie de gesta bélica en la que se reconoce al héroe a partir de una simbología patria que insiste en resumir el valor de la pérdida a partir de una sensibilidad de millones de humanos errantes. Es, sin duda, el armisticio bélico aquel primer escenario donde las banderas de nuestros muertos comenzaron a ser las mismas que las de las próximas esperanzas, y algunos se empeñan en, por lo visto, repetir el teorema caiga quien caiga y sálvese quien pueda.
Banderas1En la bandera desplegada viene implícita la mediocridad de este mundo nuestro, tan dividido en el rumbo como empeñado se encuentra en dibujar un panorama de interconexión humana en épocas de falsa paz. No hay más que rememorar, como en cualquier otra tragedia de estas características, la celeridad con que el enjambre de contertulios y presentadores de informativos se aprestan, antes aún de recelar de la falta de mesura que supone la expulsión de datos a que les obliga la guerra de las audiencias sobre la virtud de la prudencia y el principio de la fuentes contrastadas, a destacar y poner a cinco columnas la numeración de víctimas con las que comparten documento nacional de identidad sobre aquellas otras de naturaleza extranjera. De la misma manera, en función de la distancia tanto en kilómetros como en riqueza de las naciones afectadas, los fallecidos en siniestros de esta magnitud ejercen poder de titular en primera página hasta alcanzar, en aquellos casos donde los fenecidos son originarios de tierras ya de por sí devastadas por la pobreza y el desencato en el imaginario occidental, apenas un breve en la sección de sucesos. No importa el hecho del desastre, sino si es susceptible de ser vendido como drama por cercano, porque es de los nuestros.
Banderas3Para que la muerte sea noticiable a gran escala debe cumplir ciertos requisitos de impacto mediosocial: Que resulte próxima, que sea numerosa y, a ser posible, que cuente con imágenes de sumo impacto para darle relumbrón audiovisual a la hora del almuerzo o la cena. Cómo olvidar los recientes accidentes en aire y suelo español del vuelo de Spanair, en Barajas, así como el tren Alvia, en Galicia. En ambos casos no se sustantiva la procedencia de las víctimas al corresponder casi en su totalidad a ciudadanos nacionales y producirse el luctuoso hecho allende nuestras fronteras. Pero, al mirar la multifragmentación de cadáveres en las escarpadas laderas alpinas, todos parecen buscar su pena sin reparar en la pena misma: Que sobre los muertos no debe descansar la invención de las banderas, sino la confianza en sentir dolor por el congénere desaparecido para que, como especie, persigamos la comprensión de nuestra finitud y la erradicación de nuestra estúpida parcelación desde la frontera del cinismo hasta la embajada de la lucidez.

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