Lino insatisfacción, Lino como aquel que empieza un camino asfaltado a sabiendas que, en cualquier curva, van a aparecer los adoquines levantados. No es pesimismo, supone a lo sumo un estado de alerta permanente frente al intenso e inevitable devenir trágico de la existencia; o, tal vez, la comprensión iniciática de que no sólo el camino no es de rosas, siquiera de espinos, sino sencillamente una casa del terror al aire libre en el que los sustos son imprevistos e inevitables. Todos encontramos un hotel de madrugada donde refugiar nuestras obligaciones, hacernos en ellos una acogida ceremonial, esa ruleta sin fortuna que está plagada de premios y, sin embargo, sabemos por pura probabilidad que en alguna tirada tendrá que mostrarnos el retroceso a la bancarrota existencial. El camino de Lino, no obstante, mantiene una ventaja sobre la mayoría de congéneres: haber nacido con el don de la lucidez, la virtud de aquellos que ni siquiera ven el vaso porque saben que éste, medio lleno o medio vacío, acabará estallando por la presión del contenido.
La vida nos lleva a ninguna parte, por eso tememos recrearnos en el camino, cuando es en sus bordes donde vamos encontrando el placebo para no sufrir la armonía blanda del desenlace. Importa bien poco que en ese tránsito se nos cruce aquello que nos han ordenado denominar felicidad, porque nuestros inevitables pasos no la aceptarán aunque se empeñen en acariciarla durante un breve lapsus; por tanto, ¿aquello que nos empuja a salirnos del camino marcado puede calificarse de desacierto, de mala pata cuándo el ritmo era el idóneo, cuándo parecía que íbamos a desembocar en nuestro objetivo sin mayores inconvenientes? Probablemente esa es la esencia de las excusas humanas para no afrontar que nadie no está esperando, que la frontera siempre está rodando un tramo proporcional de lejanía a nuestras pisadas de obediente caminante. Lino lo sabe y por eso su travesía es circular, sin aristas, con la circunferencia siempre presta a reinventar las trayectorias y asumiendo la certeza del azar como parte de lo racional; nada queda fuera de las expectativas, porque precisamente sus alteraciones existenciales son fruto de las contradicciones que hacen al ser humano merecedor de su casualidad como especie: andar erguido camino de la conclusión de su etapa central como individuo y aparecer como un ermitaño con alma de errante suponen la misma cara con los sentidos alerta de esos hombres y mujeres que no somos, que despedimos cada día haciendo recuento para ver si no ha habido bajas en nuestra batalla contra los acontecimientos.
Absolución nos recuerda que no podemos ir muy lejos si repetimos para sobrevivir los recuerdos en lugar de las expectativas. Si la tragedia que supone abrirse al mundo cuando esa infancia, más o menos protegida, nos deja de lado, todo acaba por engullir la imprescindible valentía que forma la curiosidad, la lucidez y el afan por amamantarnos permanentemente de lo cotidiano. A diario nos rodea un paisaje de carne y hueso que se mueve a nuestro alrededor como atrezzo medio vivo que complementa el camino, en búsqueda de reconocer otros seres igual de desorientados. A veces los encontramos, nos observamos, y esa constancia de no ser exclusivos alerta nuestra protección para salir huyendo de una u otra manera. Entonces llegan los paisajes en soledad, el retorno a las dosis de necesario egoismo, y vuelta a empezar, al ritmo de Lino por el borde de una carretera en llamas por donde ya se escucha el claxón al rescate.
Gracias por recomendarlo.
Un abrazo.
Un tránsito individual por la búsqueda del espacio que todos necesitamos, con amplias llanuras internas y externas. Abrazos.